Volvieron a ganar los alemanes

Sus enseres personales se reducen a cepillo de dientes, ropa oscura y un montón de ideas que clavar en mitad de los corazones bávaros. Ayer comenzó el día uno en el año cero del “guardiolismo”. Pep empieza a caminar solo, separando de forma irremediable su leyenda de la del Barcelona. Continúa su propia historia buscando la gloria impersonal sin maquillaje para un estilo de juego, una forma de vida que se puede facturar en una maleta camino de Alemania. Guardiola vuelve a dar una lección de vida para poder dar lecciones de fútbol eligiendo el libro de historia en lugar de la billetera, y escogiendo la camisa a cuadros en lugar de la camiseta de moda. Se aleja de la lucha que mantiene la libra contra el petrodólar, una divisa que todo lo puede pero que no pudo con Guardiola. Una guerra que se recrudece en los campos de Inglaterra en la que solo aguanta el Manchester United, en la que gana city y Chelsea, y en la que el Liverpool empieza a morir en una playa de Normandía. Sustituye la opinión mediática por la información, el lío por el orden, la lluvia por el frío, la niebla por la nieve. Guardiola no se ha casado con la más guapa pero ha escogido a la más buena. El sueño inglés se ahoga en una fría noche de diciembre en medio del canal de la Mancha. El fútbol lo inventaron los ingleses pero una vez más volvieron a ganar los alemanes.

El Bayern de Munich compró a Guardiola y compró prestigio. El elegido que elige a la bestia negra comunitaria que desde hace medio siglo habita en el rellano de la escalera en la planta más alta del fútbol europeo. Alemania se toma un respiro con España y en esta ocasión recibe talento en lugar de tormento. Porque quien convence a Guardiola gana la primera ola de reputación sin haber jugado un solo partido. Una auténtica demostración de poder venerado, laico, sin tapujos, transparente. Donde el ex técnico culé ha puesto su firma ha puesto el prestigio y allí donde no la ha puesto ha sembrado la duda. El Bayern gana un ideario y la Bundesliga gana más crédito si cabe en una carrera paralela por conquistar la envidia de Europa.

Hace más de veinte años su mentor, su maestro e inductor, Johan Cruyff, hizo el camino inverso para hacer realidad en Barcelona una utopía inverosímil dominada por la excelencia. Hoy es Guardiola quien traslada esa misma filosofía en un billete de ida y vuelta a Centro Europa. El Barça indirectamente vuelve a dar otro paso sobre la cima de la excelencia porque el ideario culé exporta por primera vez un producto auténticamente autóctono al mercado más reflexivo del mundo. La filosofía culé acaba de poner en Alemania su verdadera primera piedra fuera de Cataluña.

Guardiola rompió la baraja italiana porque prefiere Wagner a Pavarotti. El profeta refugiado en Nueva York del mundanal ruido sucumbió a la nota antes que a la letra. Aceptó el magnífico reto de engrandecer la grandeza de un equipo rígido como el acero y preciso como un reloj suizo. Carácter latino para una carrocería alemana inflexible como el metal y sabrosa como el vino. Habrá de superar un proceso de adaptación donde el menor de sus problemas será el escollo lingüístico porque el idioma del fútbol es tan universal como el del amor y en el Bayern de Munich el idioma fútbol es su dialecto primordial. Alemania habla fútbol por los cuatro costados y si la lengua materna de Guardiola es el catalán o el español, la paterna es sin duda el fútbol. Ese lenguaje que solo puede poner de acuerdo a un alemán y a un español en la actualidad. Ese lenguaje sin palabras que conjuga gestos con verdades y adjetiva situaciones con miradas.

Con el futuro regreso del técnico catalán a los banquillos vuelve a llenarse en la mente de cualquier aficionado ese vacío que meses atrás dejó. En Colombia, en Grecia o España, en cualquier recoveco mundial, se empieza a reclamar la compensación de ese año sabático con el que Guardiola nos fustigó.