José Carlos del Coso: Esta es mi opinión y afortunadamente solo tengo una. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.


23 de abril de 2012

Él y el otro

Dejó de mirar hacia atrás para no perder su mirada en el resplandor de aquel foco de luz azulada cuando a lo lejos empezó a ver el siguiente en mitad de una calurosa noche de verano. El campo dormía mientras él dirigía su solitaria curiosidad a la lejana llamada de la siguiente luminaria. Nunca necesitó contar esta historia porque llegó a su destino y logró su propósito porque tampoco necesitó más luz que la que le proporcionó la natural luna observadora, amigable, constante, discreta…

A veces me da la sensación de que Messi ni quiere ser el mejor jugador del mundo ni tan siquiera se lo propone porque tampoco lo necesita. Quizás por esta indolencia que en un jugador mediocre se transformaría en pecado capital y muerte prematura en mitad de su carrera, en el mejor jugador que yo he visto se convierte en una cualidad perversa para sus falsos rivales y una reverencia majestuosa para su inagotable fuente de admiradores. Hace poco su compatriota Jorge Valdano decía que Messi era el primer genio, en general e incluyendo todas las artes, del siglo XXI, sin embargo, el mejor elogio que no solo he escuchado hacia Messi, sino a cualquier profesional del fútbol, lo oí cuando tropecé con una retrasmisión de la ESPN de un partido del Barcelona y el narrador se refería al rosarino como “él”. Imagínense una parte de la retransmisión que oí: “balón para Iniesta que encara por la izquierda, se va del adversario, se viene Xavi que recibe en la frontal del área, pase en profundidad y gol de él”. Ese calificativo repetido durante toda la retransmisión me pareció sublime y auténtico, diferente y digno de “él”.

Cómo se puede comparar a un futbolista incomparable prescindiendo de presiones sentimentales, orgullos patrios y localismos enfermizos. La elegancia sobrenatural de Maradona me hizo jurarme a mí mismo que jamás vería jugar a un futbolista mejor que el pelusa, sin embargo Leo Messi me ha hecho romper en mil pedazos ese antiguo juramento ¿Pelé? No le vi jugar ¿Di Estéfano? Mucho menos ¿Cruyff? Algo más pero no lo suficiente como para meterlo en mi otro platillo de la balanza. Entiendo la postura de la gente que si les vio y que viven anidados en un recuerdo que por lejano ha de ser por fuerza difuso, confuso y producto de sensaciones dominadas por el axioma de que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Los amantes del equilibrio natural de las cosas ya buscaron en Robben el reflejo madridista, el antagonista forzoso metido con calzadores de plomo en vídeos, páginas y micrófonos en el mismo saco que la pulga culé. Desde hace un tiempo, desde que aterrizó en Madrid, a Cristiano Ronaldo le ha tocado soportar de vez en cuando la pesada losa que supone aguantar el embrujo artístico de Messi y enfrentar deseo con realidad, efigie contra pirámide. Desde luego, he de confesar asombrado que el astro portugués solo ha dado la mano a la evidencia en contadas situaciones cuando la situación estaba cantada y para no dar más el cante. Desconozco los sueños infantiles de Messi, si quería ser el mejor o simplemente se conformaba con tener cerca un balón. De lo que si estoy seguro es de que ser el número uno no parece atormentar ni agobiar a quien nunca lo tuvo por objeto y mucho menos por obsesión.

Sobre gustos futbolísticos si hay cosas escritas y las escriben en no pocas ocasiones mecanógrafos con carné de periodista que disfrazan sus mentiras entre números redondos y neuronas selectivas. Empeñados en tallar una piedra filosofal en lugar de buscarla, no cancelan sus pasiones mientras traicionan la verdad y confunden a la gente porque tener un héroe en cada esquina es lo más sano y natural. Tras el clásico del sábado ya han empezado a disfrutar de una nueva entrega de su sentido de la oportunidad. Goleador constante y músculo tenso, Cristiano se ha convertido en el juguete fetiche y arma arrojadiza encarcelada en la prisión guadianesca de la esporádica ocasión. Siempre hay que esperar al puntual mejor momento del que destapa su pierna para lanzar cohetes y serpentinas mientras Messi se relaja viendo a una gran parte de portugueses y madridistas chocar sus copas alzadas exagerando brindis al sol.

Nadie podría manejar una traición a la verdad negando las excelentes cualidades de un futbolista enfundado en cuerpo de jugador de rugbi y forjado a sí mismo a golpe de de tubos de ensayo en mitad de un gimnasio, del esfuerzo y la superación. Cómo nadie podrá negar que la pulga es un talento natural sin necesidad de artificios ni sobre esfuerzos, prisionero de una grandeza inalcanzable e hijo de un don divino progenitor de envidias bañadas en aguas estancadas que salpican a la mínima oportunidad. Incrédulo de mí, no me puedo creer que haya gente de un sitio y otro que está perdiendo una parte gloriosa del fútbol negando la más bella y silenciosa mitad. Que jamás podrán contar a sus nietos que vieron a lo mejor que han visto pisando un campo de fútbol por privarse a sí mismos de la única verdad, por convencerse a sí mismos de las patrañas mediáticas de que la metáfora de Messi es Ronaldo, aunque solo lo sea cuando el balón deja de rodar.