José Carlos del Coso: Esta es mi opinión y afortunadamente solo tengo una. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.


9 de mayo de 2012

El último furioso

Había sido ideado para que durase mil años a base de granito blanco, arcilla natural e hierro forjado. Ya empezaban a notarse las primeras grietas impostadas por el rozamiento del tiempo, el sol y el hombre. Aquella maravilla arquitectónica engendrada con la dureza de otra época empezaba a resquebrajarse por su base pero mantenía intacto el corazón.
Carles Puyol siempre ha jugado y triunfado en esta época pero recuerda a los jugadores nacionales de otro tiempo pero con genes de ganador. A aquellos defensas enérgicos, raciales, medio hombres blancos y medio indios donde lo único que importaba era alcanzar el triunfo para besar el escudo con orgullo. Defensa con remate, siempre ha tenido ese halo patrimonio de delanteros donde sus quiebros eran carreras y sus goles cortes de balón. Es un jugador diferente porque siempre tuvo la capacidad de levantar del asiento al espectador que solo se exalta en los goles por sus llegadas in extremis y sus persecuciones de pura sangre con alma de cazador.
A rasgos generales siempre he considerado que existen tres tipos de futbolistas: Los que únicamente suspiran con el balón en los pies bajo el imperio de su técnica; Los que viven, aman y agonizan con su físico; y los que basan su juego en una mezcla equilibrada y armoniosa entre una cualidad y otra. Puyol, aunque bastante bueno con el balón en los pies, siempre fue un futbolista huérfano de técnica pero padre de un estilo heredado del orgullo. El problema de los futbolistas que dependen tanto de su forma física para alcanzar la grandeza de encajar en un estilo tan supeditado a la técnica es que cuando empiezan a fallar las piernas, lo pierden todo. En este caso, el defensa catalán ha administrado su carrera deportiva redoblando esfuerzos que otros no necesitaban para continuar en lo más alto. El precio de no ser tan talentoso es tener que llevar tu cuerpo al límite cada vez que corres, y echar el corazón por la boca cada vez que juegas.
Más allá de las derrotas o las victorias, los jugadores que pasan la treintena siempre empiezan a tener esa agria sensación de que las piernas se acaban y empiezan las despedidas. Sin embargo hay cuerpos que están hechos para esto, que han nacido para morir y que mueren para jugar. Cierto es que la posición que ocupa Puyol en el campo es un tanto delicada porque depende de su fondo, depende de su velocidad y siempre tiene cuentas pendientes con la máxima concentración. Es decir, el sistema de juego tanto del Barcelona como de la selección supone una estrategia de juego que se defiende consigo misma, con la propia posesión del esférico y por mucho que los rivales acorralen tu área no lo harán en más de tres ocasiones naturales por partido sin tener en cuenta las jugadas de estrategia. La imagen y el esfuerzo total de un defensa de la roja o del Barça no tiene término medio, ocurre como con los toreros arriesgados, o puerta grande o enfermería. Un medio centro, un extremo o un delantero en estos equipos puede jugar a medio gas o permitirse un desliz que ya otro lo compensará, un central, un lateral y el portero, no.
Puyol encarna en si mismo esa postura excelsa e innegociable de la parte defensiva de un juego tan insultantemente ofensivo, encara los riesgos y destruye los miedos, pero solo lo puede hacer en plenitud de facultades, recuerden: o puerta grande o enfermería. Es una pena que un jugador con una trayectoria y una reputación como la que tiene este, haya sido pagado por el fútbol con una desventura tan poco atractiva como desgraciadamente usual. Probablemente un jugador más egoísta hubiese estado en la Eurocopa si hubiese dosificado su bravura brindando por un interés personal y doblegando la solidaridad de su corazón. Sin embargo ha decidido ser Puyol hasta el final de su carrera, más corta o más larga, Puyol ha decidido ser Puyol las 24 horas del día. Probablemente a estas alturas, el último jugador furioso de la selección nacional, tuviese alguna cuenta pendiente con la adversidad.
Hubiese sido un final magnífico, alegre y sublime si Puyol hubiese cogido las de Guardiola y del Bosque hubiese tramitado su dimisión tras el mundial de Sudáfrica, sin embargo una desgracia como esta solo deja la incertidumbre de un improbable regreso por la puerta de la amargura y una despedida por la puerta grande. Me da la sensación de que se ha acercado demasiado su final a su etapa como internacional y supone un auténtico mazazo que el capitán nacional en la práctica no haya sido tan mimado por el destino como lo ha sido por la suerte en el caso de otros jugadores.
Tras el adiós de Puyol, al menos y espero que solo sea para esta Eurocopa, Vicente del Bosque tiene un enorme problema donde menos los había. Porque hasta ayer si alguna cosa teníamos todos clara es que la defensa era intocable porque era insuperable. Un día después ya se empiezan a escuchar los primeros nombres para ocupar el puesto de central: Que si Marchena, porque hace grupo, dios nos libre y para eso que lleve a Puyol lesionado que también hará grupo; que si Albiol por su experiencia, será broma porque no dudo que sea bueno pero en la misma medida dudo que lo sea a día de hoy; que si otro lateral, etc, etc, etc.
Menos problemas tendrá el Barcelona al tener a Mascherano y un solo partido, pero lo único seguro de todo esto es que a Del bosque no se le debería ocurrir buscar un sucedáneo de Puyol, sino orientar sus esfuerzos en  encontrar a otro jugador. Porque Puyol solo queda uno, porque su raza se extingue con él mismo y porque ya no existen jugadores tan furiosos que son de sangre pura y de puro corazón.