José Carlos del Coso: Esta es mi opinión y afortunadamente solo tengo una. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.


19 de abril de 2012

El Chesea cantó línea

Apenas se podían apreciar sus pequeñas patitas posadas en el perfil de una amapola en mitad de un campo hondureño. El rojo radiante de la flor lucía en sinfonía visual perfecta con el amarillo intenso a pintas negras de aquella mariposa. Esbelta, elegante, irresistible movió sus alas sin esfuerzo para formar un arco de colores. Una hora después Japón se enfrentaba a un huracán.
El fútbol es vida, solo eso, vida en forma de juego con variables incontrolables, no entrenables y dispersas al antojo del azar caprichoso desarrollado en cadena. Es difícil encontrar explicación a la claridad de un partido que acabó enemistado con un oscuro resultado. No recuerdo quién me contó que Alfredo Di Estéfano cuando se empeñó en ceder a los ojos del mundo a la quinta del Buitre siempre se empecinaba tras sus discursos tácticos con olor a partido inminente en pedir un favor a sus futbolistas: “tened mucha suerte”.  La suerte, materia etérea, sin forma, sin domicilio que se consume como único albedrío libre, limpio e independiente contra quien nadie puede luchar y a la que es muy difícil encontrar.
Anoche Londres repartió suerte y repartió mal. El Barcelona jugó al fútbol mientras el Chelsea jugó al bingo y al final cantó en su juego, pero cantó línea. Justicias apartes, Di Mateo fraguó una defensa a la Italiana y un contragolpe Inglés, solo uno. Eso fue suficiente para que Pep Guardiola tenga que alargar mucho más de lo necesario su dosis de tranquimazín para separarse de la angustia en su lucha particular por apropiarse del destino. El Chesea  hizo lo que quiso hacer y el Barcelona también, que con un partido dominado no supo perforar la meta del portero encapuchado ni una sola vez. Una cuarta más arriba o un golpeo más abajo,  el futbol no requiere ni la precisión del golfista ni el pulso de un cirujano pero se practica más cómodo sabiendo hacer daño en la zona que administra los resultados.
 
El equipo blaugrana  dominó el partido, repartió el balón y malgastó todas las ocasiones de las que dispuso mientras los ingleses esperaron a la divina providencia a dos metros de su área y encontraron en Drogba un tipo de mantequilla pero a la vez providencial. Es lo que hubo y no hubo más en un partido sin historia por el exceso de contrariedad. Sin duda alguna este tipo de derrotas sean las más peligrosas y las más dolorosas. Miedo e impotencia provocada por la adversidad en la nuca de un futbolista, un equipo y un técnico que lo hacen todo bien pero no pueden hacer más. Sería difícil adivinar que les puede decir a los futbolistas un entrenador que tiene poco que corregir, poco que pensar y no sabemos si mucho que alentar o instruir. Cómo se explica o corrige un desacierto de alguien que lo sabe hacer mejor que nadie, que siempre lo hace bien pero que un solo día lo hace mal. Ni siquiera Peter Cech tuvo que hacer méritos extraordinarios por recibir deméritos del rival en forma de balones dormidos. Ante situaciones como esta solo queda esperar, no pensar y al creyente rezar.  Lo único que puede lamentar el Barcelona aparte del desacierto final son arritmias periódicas que debilitan la intensidad del juego. Pero tampoco se puede transformar una virtud hasta ahora en defecto por un solo día de contrariedad.

El resultado es mentiroso para los ingleses, por buen resultado y por ser hijo de una pésima filosofía que pocas veces se acercó a las coronas de laurel. Lo único que aseguró una lluviosa noche inglesa es que la fortuna y la desventura compartieron piso en Londres para acercarse a Stanford Bridge.
El Barcelona afronta como el Madrid una semana trepidante pero engañosa, barnizada de autoestima pero nerviosa, loca y a la vez preciosa. Mientras los blancos han sacado un mejor resultado también se llevan bajo el brazo un terrible rival, porque si vemos lo visto, es preferible un 1-0 a la inglesa que un 2-1 a la alemana.
 Aunque ahora todo parece negro y tiemblan las piernas de los defensores de la hispanidad en la final, los hechos nos han demostrado que todos los campeones han vivido nervios y apuros antes de alzar los trofeos sobre sus brazos. La final está viva porque te prepara para ser cortejada y nadie sin probar la presión de los verdaderos apuros está en disposición de  disputarla y mucho menos posicionado para  ganarla. Un título como la Champions bien se merece pasarlo mal porque no hay vencedor sin sangre ni rosal sin espinas, ni camino sin piedras ni peleas sin amigos.
La lógica ilógica de este maravilloso deporte invita a pensar que el Madrid no tiene juego pero tampoco su rival, que el Chelsea tiene más sueños que juego y que más temprano que tarde en el Camp Nou lo puede pasar muy mal. A no ser que en Honduras, una pequeña mariposa, cálida, colorida y afable, mueva sus alas sin querer hacer daño a nadie…