Mentiras telefónicas y verdades de plató

Existen tres tipos de profesionales en los medios de comunicación: Los que cuentan la verdad o su verdad, los que cuentas sus mentiras y los que cuentan las mentiras de otros. Me gustaría centrarme en este último tipo porque los inquilinos de dicha categoría están  alcanzando cotas irritantes en la mayoría de sus intervenciones. El periodista tiene la obligación de sospechar de sus fuentes para evitar que el receptor del mensaje sospeche de la información. Hace tiempo que esta máxima del mundo de la comunicación en algunos casos fue debidamente matada, celebrada y enterrada. Corren otros tiempos, ya no se busca la inalcanzable verdad, ahora se encuentra la interesada realidad. Se hace cada vez más insoportable seguir medios de información que en los últimos tiempos han mutado a gabinetes de comunicación.

En este camino contra sentido en el que se ha convertido el periodismo deportivo, el profesional ya no busca la fuente para difundir información, es la fuente la que encuentra al periodista para imponer su versión. El túnel del Ciudad de Valencia ha puesto de manera definitiva de manifiesto una forma de hacer periodismo tan decadente como indecente. Pagan justos por pecadores y ayer empezó a pagarlo José Ramón de la Morena por dar una determinada información. El lunes pasado, el periodista de la cadena Ser y conductor de El Larguero, programa afincado en Madrid, afirmó que fue Pepe quien golpeó a Ballesteros y que hicieron falta cinco policías y una porra en la mano porque el jugador del Levante no estaba por la labor de poner la otra mejilla al alcance del portugués. De la Morena difundió una información contrastada, según sus propias palabras, contraria al oficialismo y valiente porque indirectamente se beneficiaba el club más débil mediáticamente. Pocos minutos después la reacción no se hizo esperar por parte de algunos compañeros. Pareciese intolerable que un periodista de Madrid osase a cambiar la dirección del puñetazo.

Tiene los mofletes más anchos que la frente, peinado de primera comunión y utiliza un humor infantil para presentar a los contertulios antes de lo que denomina función. Su voz femenina no va en consonancia con su voluminoso y fornido cuerpo. Traidor de su acento canario por uno que considera más castizo y adecuado, tiene la extraña manía de llamar mentirosos a otros periodistas y de tachar como mentiras la mayoría de  informaciones que se publican en medios de comunicación catalanes. Se cree con la verdad absoluta y siempre dice que cuenta las cosas tal como son. Impide reflexionar al telespectador porque cada palabra que pronuncia a pesar de ser el moderador es en sí una opinión. Por mera casualidad siempre está a favor del Real Madrid y por tanto se autodefine como periodista poco sospechoso y propaga a las cuatro cámaras sus aires de imparcialidad. Basa su objetividad en el solitario motivo de no enseñar una camiseta que debe llevar grapada al pecho  y modera un debate inmoderable porque el moderador es el primero que necesita moderación. Siempre defiende al más fuerte y aún no ha tenido la suerte de que algún compañero le ahuyente de la tentación de posicionarse ante hechos de los que existen más de una versión. Hoy tengo el gratificante honor de hacerlo yo.

A este periodista con nombre de rey inglés, aunque solo ha alcanzado a ser Marqués, habría que contarle una verdad que se desliza por sus propios medios entre una maraña de mentiras. En el caso de Ballesteros y Pepe, como en tantos otros que podrían ensuciar la imagen del Real Madrid, curiosamente, la entidad blanca siempre sale bien parada de la boca de este tertuliano disfrazado de moderador. El motivo es tan simple como su poder de manipulación: El Real Madrid siempre sale bien parado porque la única versión que tiene talento o interés por difundir es la versión del Real Madrid. Oculta sus fuentes, no por protegerlas, sino por proteger su propia reputación; oculta sus fuentes por la sencilla razón de que solo tiene una, única y unidireccional. Contradice a De la morena en el puñetazo de Pepe a Ballesteros pero en este caso no se atreve a llamarle mentiroso como si ha hecho en otras ocasiones contra medios catalanes. La cercanía física mezclada con el poder es demasiado peligrosa. Apoya sus dogmas en las versiones oficiosas del poder y justifica su ausencia de responsabilidad en que son sus informaciones pero si se demuestran erróneas, rápidamente se convierten en las  mentiras de otros. Al rumor lo llama hecho y a su opinión le llama derecho. Propietario de un teléfono con registro único de llamadas recibidas trasmutadas de forma voluntaria en verdades de plató.

Encajonado en un proceso de propaganda institucionalizada, es incapaz de ampararse en la duda de lo que le dicta la información oficial y emprende todas las noches un programa que emite opiniones irracionales porque están fundadas en debates interesados. Es admisible que un tertuliano de su opinión, lo que no es admisible es que impere la del moderador. Quizás faltó el día que enseñaron periodismo en la facultad o quizás necesite clases de honestidad, por lo que siempre es preferible un tertuliano con bufanda a un moderador con dotes de vendedor. Con este modelo de información, Nixon hubiese pasado a la historia como el mejor presidente de EEUU si no hubiesen dudado de sus declaraciones dos periodistas del Washington Post.