Prisioneros de los 30 metros

Hacía más de cuatro años que el Barcelona no jugaba un partido tan pésimo. Desde la llegada de Pep Guardiola a su banquillo jamás vi perder a los culés un partido merecidamente, hasta ayer. San Siro, catedral del fútbol europeo con suelo de ermita años ochenta, fue testigo. La conclusión más dolorosa que se puede extraer de la debacle blaugrana es que se debió a demérito de los blaugranas, algo inaudito en un lustro, y a mérito del Milan, que supo parar a su rival sin ningún tipo de sufrimiento y sin necesidad de emplear la violencia, ni tan siquiera la agresividad. Una auténtica novedad para un rival convencido desde el principio de que el talento de la estrategia defensiva puede ser tan dañino o más que la magia individual.

El partido fue un choque de estilos, no de futbolistas, y acabó venciendo claramente un Milan que dejó al Barcelona sin aire, sin espacios y sin ideas. No hubo sorpresas porque cada conjunto jugó a lo establecido en un guión previo, ni tampoco hubo alardes de entrenadores, tan solo un equipo chocó contra otro y el Barça saltó por los aires. El escenario se presentó como una bomba de relojería donde los italianos dispusieron la cuenta atrás y manejaron un detonador simple como su juego. El Barcelona cargó durante los noventa minutos la dinamita en sus manos. Jamás tuvo la más mínima posibilidad de desactivar la bomba, pues careció de los conocimientos y de las herramientas necesarias.

La mayor preocupación que debería tener Roura en las próximas tres semanas y Vilanova en la distancia, no es que su equipo no pudo, como en otras ocasiones, sino que su equipo no supo. He aquí una nueva manera de perder para este conjunto de ensueño, pues en otras ocasiones salió derrotado por los caprichos de la divina providencia o porque los árbitros metieron la mano. Este caso es diferente, pues perdió por motivos meramente futbolísticos sin poder encontrar amparo en la conducta arbitral o en la actitud del rival. Las dos ocasiones precedentes en las que los blaugranas tuvieron un resultado tan adverso y que a la postre se tradujo en su eliminación, ante el Chelsea de Di Matteo el año pasado y ente el Inter de Mourinho hace tres, el Barcelona cayó con honor, pues ante los ingleses lo eliminó el infortunio y contra los italianos lo eliminó, no un entrenador, sino un árbitro portugués. Curiosamente en ambas ocasiones el partido de ida se jugó fuera, como ayer, pero los afrontó de otra manera. Parece que la incertidumbre de jugar primero en casa favorece al Barcelona, que le es más rentable tener la obligación desde el principio de jugar al cien por cien, sin concesiones, sin titubeos, sin resguardarse al amparo del Cam Nou para la vuelta, sin tiempo para especular.

Jamás pensé que podría llegar a escribir estas palabras con Messi, Xabi e Iniesta de por medio, pero por primera vez en mucho tiempo casi ninguno de los jugadores azulgranas supieron lo que tenían que hacer. Tan solo Piqué, Puyol y Busquets fueron lo que suelen ser. Los demás, los que viven permanentemente en la alcoba del talento, pasaron la noche prisioneros de los treinta metros finales hacia la meta del Milan. Esa distancia, esos treinta metros imaginarios que empieza en los centrales italianos y acaban en el portero supusieron una frontera infranqueable donde no se daban visados para el talento, la coordinación y la velocidad. El Barcelona murió en su propia orilla, ni tan siquiera llegó a la mitad de un río donde se conocen las aguas pero se desconoce la profundidad.

El centro del campo culé se mostró indefenso e inofensivo, la delantera se perdió en espacios vacíos e inocuos. El Milan se resguardó con nueve defensas y Barcelona atacó con cuatro centrocampistas. Iniesta no encontró ninguna pareja de baile, ni en la banda ni al borde del área, Xavi se mostró impreciso y desconcertado, Messi por primera vez fue consciente en un campo de fútbol de que hay cosas imposibles, Alves y Alba no se atrevieron, Fábregas no tuvo temple, Pedro no tuvo espacios y Alexis no tuvo tiempo ni falta que le hizo.

Recuerdo unas palabras de Guardiola, aunque no recuerdo cuando las dijo, en las que justificaba las victorias y el éxito de su equipo, única y exclusivamente en que sus jugadores corrían más que los rivales. Ayer el Barcelona no tuvo espacios porque no los buscó y se encuentran cuando se corre más que el rival por una pura ley física y psicológica. Dio la sensación de que los futbolistas culés no eran conscientes de la gravedad del problema porque pensaban que se evaporaría solo, con el paso del tiempo. Pensaron que el Milan caería por la inercia de otras ocasiones, como siempre suele ocurrir, que cometería algún error y se aprovecharían. El Barcelona disputó el partido mirando el reloj de forma relajada, esperando el fallo del rival y no buscando el acierto propio. Algunos achacan la derrota de ayer a la carencia de plan B, a un estilo monográfico, sin alternativas, sin un delantero como Llorente que se pase la temporada esperando a que las cosas pinten mal para jugar los quince minutos finales a la desesperada y vuelva al banquillo tan tranquilamente hasta la próxima temporada buscando otros quince minutos de desesperación. A mi juicio, el Barcelona no tiene  plan B pero si tiene plan B.A, aunque ayer se lo dejó en la ciudad condal. Dicha estrategia consiste en que si el rival corre mucho, el conjunto culé empieza a correr mucho más; si el rival se cierra en estático, el Barcelona se abre con dinamismo; si el rival le golpea una vez; el Barcelona le golpea dos; si no pude hacerlo con tres delanteros, lo intenta con cuatro; si no puede por el centro, lo intenta por las bandas…

Yo estoy convencido de que el Barcelona arrollará al Milan en el Cam Nou, por juego, por talento, por insistencia y por presión. Suele haber demasiada diferencia entre el Barcelona que juega en casa y el que juega fuera, el que golea en su estadio a cualquier equipo y el que gana apuradamente en el campo rival. Jamás he visto ganar una Champions a un equipo sin tener que hacer en algún momento una machada, la brillantez del Barcelona solo le exige hacer media, aunque esperemos que la machada no la haya hecho ya el Milan.