Peligro, Cristiano no va a lanzar

Empieza a situar el balón justamente donde el árbitro se lo indicó. Su mirada está concentrada mientras lo acomoda. No hay nadie a su alrededor, no expresa ninguna inquietud por lo que le rodea, es una gran oportunidad porque la distancia es aceptable. Mientras tanto, el árbitro cuenta nueve pasos y aleja la barrera de adversarios. Sus compañeros le observan desde una distancia prudencial, nadie se atreve a molestarle. Él aún continúa mirando la pelota, su cuerpo está inclinado sobre ella y sus brazos extendidos la sitúan sobre el suelo. La pierna de un compañero se acerca por la zona izquierda, es la de Xabi Alonso, la observa de reojo sin levantar la mirada. El portero todavía está colocando la barrera sin ninguna medida excepcional, es la rutina. Empieza el ritual: Coloca el pie izquierdo junto al balón, el derecho lo retrasa a una posición natural, vuelve a mirar el esférico y levanta la cabeza, obtiene una visión general de la situación; retira la pierna izquierda del perímetro de la zona de golpeo y se vuelve cinco pasos hacia atrás; piernas abiertas, brazos en jarra y vuelve a mirar la portería, comienza la carrera de golpeo mirando al suelo; los adversarios que componen la barrera extienden las palmas de su manos para intentar cubrir con sus extremidades superiores la máxima extensión de su cuerpo, sus genitales o su cara corren peligro, saben que hay un 99 por ciento de posibilidades de que el balón les golpee con dureza.

Empieza a cuestionarse seriamente en el Real Madrid, la insistencia que Cristiano Ronaldo demuestra cada vez que hay un libre directo cerca del área o incluso lejos. Ya sea desde la izquierda, desde la derecha, da igual que la posición sea escorada o centrada, el jugador portugués siempre lanza las faltas en su equipo por decreto irrazonable. Hasta el momento sabíamos que Ronaldo lanzaba las faltas mal y que tenía un porcentaje paupérrimo, pero nadie podía saber si en la plantilla habría algún jugador que las lanzase mejor o al menos que las pudiese compartir. La forma más segura de convertirse en el mejor lanzador de faltas de un equipo es lanzarlas todas e imposibilitando establecer algún ápice de comparación con otros compañeros. El jugador más completo para algunos y con más complejos para otros, no ha sentido ningún tipo de remordimiento solidario por ceder la oportunidad a algún otro compañero que pudiese demostrar su capacidad en el terreno de juego, no solo de lanzar las faltas, sino también de convertirlas en gol.

Son ya tres temporadas y media las que CR7 lleva jugando en el Real Madrid y cada año que pasa su porcentaje en los lanzamientos es más criticable. El primer año lanzó 33 faltas y materializó en gol 6. Un porcentaje aceptable pues convirtió un lanzamiento cada cinco intentos aproximadamente. En el segundo año lanzó 53 e introdujo 5, una de cada once; el año pasado ya empezó a ser preocupante pues necesitó 60 lanzamientos para meter 2 goles. Esta temporada lleva el mismo camino si no se lo cortan antes: Lo ha intentado en 18 ocasiones y no marcado un solo gol. Son solo números, simples estadísticas que pueden reflejar la eficiencia de un jugador en una determinada parcela del juego. Sin embargo, el problema de los golpeos de Cristiano Ronaldo no solo está soportado por los números, sino por las formas. Hablamos de golpeos que en la inmensa mayoría de ocasiones, o bien no levantan el balón un solo metro del suelo y acaban estrellándose en las rodillas de los adversarios, o bien observamos por regla general, golpeos que surcan el infinito cielo azul a los que solo pueden detener un par de focos en su vuelo sin motor. Sería aceptable por cualquier entrenador que no fuese especial, tener a un lanzador permanente que no marque goles pero al menos los roce. En esa situación, jugaría un papel fundamental la suerte y la intuición que llevan el balón al travesaño, que lo hacen lamer el poste o que obligan al portero a realizar la estirada de su vida. Hasta el momento, Cristiano ha tenido más técnica en su pose de lanzamientos que en el resultado de los mismos. Cualquier portero que no conociese al crack portugués y viese las posturas previas a un lanzamiento de libre directo, el equilibrio en el cuerpo, la exactitud de sus pasos o  la leve inclinación de su abdomen tras el golpeo, estaría pensando que con total seguridad le van a meter un golazo por la escuadra. Si mira sus estadísticas acto seguido, seguramente lo tachará de “posturitas” ruidoso carente de talento.

La obsesión de Ronaldo en esa parcela del juego ha llegado hasta tal punto que incluso en el lanzamiento de Ozil que supuso el empate ante el Dormund, el propio Cristiano parecía decirle al Alemán que le tocase el balón en corto para acabar realizando también el golpeo de esta falta. Con un futbolista de este carácter no sería descabellado pensar que viese el gol de su compañero, no como una oportunidad aprovechada por su equipo, sino como una oportunidad perdida para él. La coletilla “Cristiano es un grandísimo lanzador de faltas” empieza a deshacerse no solo por sus números, sino por el golpeo ajustado de Ozil y por la siempre expectante mirada de Alonso o incluso Di María. Es imposible que cualquier posición de golpeo sea buena para el mismo jugador, o incluso siéndola, seguramente haya posiciones que beneficien más a otros. Cristiano se esfuerza a base de empeño mientras desespera a sus compañeros y en no pocas ocasiones afecta al juego del Madrid. Realiza lanzamientos imposibles a más de cuarenta metros cuando ni tan siquiera suele dirigir bien los que están a treinta. Faltas que han de colgarse al remate las lanza directamente, pisotea el guante de Ozil por la izquierda y no reparte suertes con Alonso desde la derecha. El Madrid está constantemente minimizando sus posibilidades para que la egolatría de Cristiano Ronaldo tenga más oportunidades.