Escuela de cobardes

En una ocasión dijo el escritor y dramaturgo argentino, Ernesto Mallo, que solo hay dos clases de cobardes, los que huyen para atrás y los que huyen hacia adelante. Ayer Mancini huyó hacia atrás y Mourinho huyó hacia adelante. Es incomprensible que dos plantillas como las de City y Real Madrid, forjadas a base de talonario con fichajes multimillonarios para satisfacer los caprichos de sendos entrenadores, muestren una actitud tan cobarde como pudo verse anoche en el Santiago Bernabéu. Se pueden sacar muchas conclusiones del partido jugado anoche si intentamos aislarlo del resultado y de esa épica selectiva a la que tanto recurre y encuentra el Real Madrid en las noches europeas.

La alineación que presentó Mourinho es sin duda la más defensiva que se ha visto en los últimos años en el Bernabéu. Solo había que echar una ojeada al banquillo blanco para hacerse una idea de lo que podía quedar en el terreno de juego. Con un trivote formado por Alonso Khedira y Essien, Mourinho intentó minimizar las consecuencias de su decisión más chocante de la noche: Sergio Ramos en la suplencia. Intentó asegurarse a toda costa el equilibrio defensivo con acumulación de músculo delante de los centrales para intentar arropar lo máximo posible las intervenciones de Varanne. Valentía por una decisión muy arriesgada, pero con trampa, porque para que no jugase Ramos tuvo que modificar la configuración del centro del campo para poner su versión menos ofensiva y sacrificar un poco de talento. La conclusión más evidente de la alineación inicial madridista es que su técnico puede llegar a anteponer sus prejuicios personales y sus fobias extradeportivas más íntimas al éxito del Real Madrid. Dispuso una alineación condicionada a una decisión extradeportiva que seguramente por absurda, jamás saldrá a la luz pública. Tras el choque, ya en rueda de prensa, Mou afirmó, sin embargo, que la suplencia del central camero se debía única y exclusivamente a cuestiones técnicas. Traducido a la realidad, el joven central francés está en mejores condiciones futbolísticas que no solo Albiol, tan renovado como repudiado, sino también que el propio Ramos. De la versión del entrenador se puede interpretar que Varanne le ofrece más confianza, más rendimiento y en definitiva se encuentra en mejores condiciones para afrontar un partido tan importante como el de anoche. Con sus palabras ante los medios, Mourinho extendió la cobardía que expresó en el terreno de juego a la sala de prensa, porque no encontró la valentía suficiente para enumerar los verdaderos motivos de la suplencia del central de moda en el fútbol español. Hace bien el técnico luso al no hacer públicas sus verdaderas motivaciones porque seguramente haya supeditado su decisión a cualquier episodio absurdo e intranscendente relacionado con las declaraciones de Ramos tras el partido de Sevilla en el que metía en el lote de los culpables al propio Mourinho.

El caso de Ozil es un indescifrable porque puede deberse a cuestiones técnicas, a cuestiones tácticas o simplemente a ser una víctima más en el recorrido de la decisión “técnica” de Mourinho al dejar a Ramos en el banquillo y verse obligado a reforzar el medio centro. Fuera como fuese, Mourinho avocó a su equipo a jugar toda la noche limitado a la capacidad ofensiva de Marcelo y Di María. Un Higuaín atrapado entre los malísimos centrales ingleses y un Cristiano ahogado en la banda, poco pudieron hacer salvo intentar lanzamientos de larga distancia durante todo el encuentro.

 Al menos los jugadores blancos salieron desde el principio a por el partido, eso sí, con mucha prudencia. El objetivo del City fue aún más patético porque salió a por el empate desde el primer minuto. La aportación ofensiva del campeón inglés se basó primordialmente en unas descomunales demostraciones de fuerza en el centro del campo de Yayá Touré. De nada sirvieron las precauciones defensivas y la acumulación de músculo en el centro del campo madridista cuando el balón llegaba a las botas del jugador costamarfileño. El City solo inquietó al Madrid cuando el balón pasaba por su zona y lograba comenzar un contraataque a una velocidad vertiginosa. Mancini, en otro acto de cobardía solo a la altura de Mourinho, no solo no convocó a Ballotelli, sino que dejó a Dzeko en el banquillo para sustituir a Silva en el segundo tiempo y dispuso el encuentro con un solitario Tévez en la delantera.

El resultado final podría interpretarse como un castigo descomunal para ambos técnicos pues ambos encuentran únicamente su “dorado” particular cuando consiguen dejar la puerta a cero. Victoria importantísima para Mourinho que solo pudo ayudar a su equipo cuando se encontró el resultado en contra y empezó a utilizar lo que menos le gusta, es decir, los jugadores más técnicos y ofensivos. El fútbol cayó por su propio peso en el Santiago Bernabéu y dio la espalda a los entrenadores. Al Real Madrid le ocurrió lo lógico. Cuando utilizó jugadores defensivos solo inquietó desde larga distancia, cuando usó a jugadores de corte más ofensivo consiguió goles. Resulta inquietante que ambos casos, tanto en el City como en el Madrid, se hagan inversiones multimillonarias en estrellas de talla mundial que acaban convirtiéndose en meros caprichos de los propios técnicos, acaban siendo adornos caros de los clubes, simples jarrones que no marcan goles porque no juegan pero dejan ese glamour que algunos presidentes consideran tan necesario.