El antónimo de épica es autocrítica

Sé perfectamente que el antónimo de épica no es autocrítica, pero si trasladamos el contenido semántico de tal palabra al entorno futbolístico vivido en la actualidad, bien podríamos otorgarle a la épica madridista la némesis de la autocrítica culé.

El fútbol club Barcelona venció anoche con tantos apuros como discreción a un Spartak de Moscú confeccionado por el genial Emery para dar disgustos al Barcelona el mayor número de minutos posibles. Ayer no logró la victoria ni el empate, pero alcanzó su mínimo objetivo posible, poner en vilo el alma culé durante la última media hora. Fue un partido muy similar al que disputó el Real Madrid hace dos días frente a un rival con más nombre pero que acabó reducido al mismo nivel del conjunto ruso por la cobardía de su entrenador. Qué partido platearía Emery en el Bernabéu o en al Camp Nou si tuviese en su plantilla el potencial que tiene el conjunto inglés.

El Barcelona no necesitó de ningún tipo de épica, de llamada a ningún espíritu, no necesitó una explosión de fuerza, no necesitó exageración en los gestos ni tampoco necesitó ser criticado por Tito Villanova para reconducir una situación que se antojaba muy peligrosa. El conjunto culé posee la calma de quien se sabe superior y utiliza el mejor recurso disponible en el fútbol: El balón. Con la suavidad de quien te mata desangrándote mientras te susurra al oído, con la sutiliza de una suave brisa que en una noche veraniega se cuela por la ventana para acabar resfriándote, el Barcelona durmió al Spartak, acarició su área y posteriormente Messi golpeó al portero ruso con un mazo de hierro. En los últimos diez minutos con el partido solucionado, el conjunto azulgrana se limitó a sujetar con suavidad la cabeza del equipo moscovita mientras cerraba los ojos y acaba de derramar la última gota de sangre.

En el fútbol hay muchas formas de resolver situaciones similares, sin duda, la que utiliza el Barcelona es la forma más segura de afrontarlas. Porque no depende del viento, de la presión atmosférica de la grada, del estado anímico de los jugadores, del horario del partido o de si está en campo rival o en casa. Para que el Barça resuelva sus problemas solo necesita una cosa: Que el balón está inflado y las líneas del campo bien definidas. Lógicamente, ganar por un gol en el último minuto o en una tanda de penaltis produce más júbilo que si ganas por cuatro a cero repartiendo los goles cada veinte minutos. Sófocles afirmaba que la mayor de las alegrías es aquella que no se espera. Sin embargo, y como ha quedado patente en los últimos días, parece ser que Baruch Spinoza, el filósofo holandés, también tenía razón cuando afirmaba que la alegría es el paso del hombre de una menor perfección a una mayor. El Barcelona, lejos de relamerse de gusto por la suave remontada de un marcador adverso que nunca hubo de haberse producido, digiere su épica particular en dos segundos, lo que tardó el cabezazo de Messi en encontrar la red, para acto seguido empezar un camino más largo y más importante que conduce a la perfección: Con buen criterio y antes de que acabase el encuentro comienza el camino de su épica particular, la autocrítica.

En el Camp Nou cuidan hasta el más mínimo detalle, como se escrutan las piezas de un avión accidentado, se empiezan a preguntar por qué el Spartak lanza una vez a puerta y marca dos goles, si Bartra tiene la suficiente confianza para afrontar los próximos partidos como titular o si Tello actualmente está por encima de Villa o Alexis. Tito Villanova intenta poner el parche antes de que salga el grano. No hay tiempo para saborear una dulce victoria, solo hay lugar para pensar en evitar una futura derrota.

En Camp Barça no confían en la épica porque es un recurso inentrenable, transparente, indomable y caprichoso. La filosofía blaugrana solo se preocupa de conseguir los recursos que se puedan domesticar, solo pulen virtudes que pueden mantener al alcance de su mano durante un largo periodo de tiempo. Se intentan vencer a los caprichos del balón y de este deporte con su absoluto dominio e intentan no basar su futuro en el lanzamiento de unos dados en los últimos minutos. Se trata de un fútbol en serie, mecanizado, estructurado bajo los mejores controles de calidad, donde si falla una pieza no afecta a toda la cadena de producción.

Mientras el Barcelona sufre la obligación de analizar su controlada remontada, el Real Madrid se agarra a su leyenda y a una épica que engulle y mastica en propiedad. El técnico blanco y sus aficionados menos analíticos dan un paso al frente sin tener presente que se encuentran en estos momentos al borde de una cornisa y lo que en realidad deberían hacer es dar un paso atrás. Toda esta situación forma parte del Show porque al Madrid lo han convertido en algo así, es un todo o nada, vive del momento en un estado continuo de Carpe Diem. Mourinho ha llevado al Santiago Bernabéu a una guerra continua contra sí mismo y ha dictaminado lo que sirve y lo que no, qué valores son verdaderos y qué momentos son de alegrías y los que son preocupantes. Ha conseguido que pocos aficionados merengues salgan del estadio preguntándose si el Madrid jugó bien, si CR7 encandiló, si Varanne estuvo a la altura exigible o si Alonso asume verdaderamente el mando del centro del campo. A nadie preocupó que el Madrid recibiera otro gol a balón parado o que un solo hombre, Yayá Touré destrozara con una facilidad pasmosa un entramado defensivo compuesto por un trivote y dos centrales. Aquí lo único que importa es lo que dice Mourinho, y el nuevo filósofo blanco dijo que el Madrid había recuperado sus valores resumidos en la épica, cuando la realidad es que la épica es un valor inapropiable. Nadie es héroe de profesión como nadie es épico por convicción porque la épica es un acto afortunado que siempre que te acaricia la cara se va.