Corazón blanco, deseo dividido

Nuestra selección, esa que defiende el escudo nacional aunque en su camiseta lleve una heráldica defectuosa, esa combinación de jugadores que morirán por defender la bandera de su país parece que no cuenta con los deseos de victoria de todos los aficionados españoles. Es indudable que desde que comenzó la Eurocopa no han sido pocas las críticas que he lanzado contra el juego de la selección y contra las decisiones de Vicente Del Bosque. Como tampoco se puede poner en duda mi deseo de que España se lleve el triunfo máximo en esta competición. No soy ese tipo de persona que merodea las ideas pensando que para mí o para nadie. Del Bosque no juega como a mí me gustaría, me resigno pues y expreso mi deseo de que gane a Portugal con la mayor contundencia posible.

Una cosa es ser exigente con algo que siento mío y otra cosa muy diferente es renegar de ese algo porque no cumple todas mis expectativas. Por contra, se ha podido detectar en los últimos días, ese tufillo apestoso a rancio rencor que ha invadido el corazón y las mentes de algunos aficionados madridistas en contra de la selección y en favor de Portugal. Parece increíble y no menos sorprendente que algunos de esos mismos aficionados que hace apenas un mes ponían el grito en el cielo por la pitada de la final de copa contra el himno nacional, pongan ahora su lengua en el suelo tras las pisadas de un crack portugués que a duras penas se confiesa madridista.

Algunos, solo algunos que no parecen pocos, aficionados madridistas se han convertido en aficionados portugueses porque se ponen la camiseta de la selección española sin quitarse previamente la de su club. El sudor maloliente de llevar dos atuendos sobre su cuerpo en pleno mes de junio hace el resto. Se trata de aficionados que despintan los colores de su bandera y abandonan los sentimientos de toda una vida para teñir sus deseos en tono rojo y verde de la bandera portuguesa. Cosas de la lejía, si metes una vestimenta blanca con una roja y azul en la misma lavadora, la camiseta blanca lejos de quedar reluciente, desteñirá en tonos rojos y verdes.

Desde luego que aunque muy criticable es bastante respetable que cada uno oriente sus deseos hacia la orilla que más le estimule. Lo que parece menos aceptable es la hipocresía y la cuenta de odios corrientes que desencadenan ciertos sentimientos. Ya en su día, concretamente antes de la Final de Copa, comenté desde este mismo blog que los pitos al rey o al himno, aunque poco respetuosos no me molestaban porque cada uno era libre de expresar su opinión, como ahora. Sin embargo lo que sí me chirriaría bastante es que esos mismos que en su día pitaron en el Estadio Vicente Calderón, un mes después le hiciesen la reverencia cortesana al paso del monarca por una calle de Barcelona o Bilbao. La hipocresía siempre ofrece la verdad porque tan solo hay que interpretar lo contrario de lo que nos muestran esos pequeños y cínicos seres. El buen odio a España en ciertos círculos catalanistas o vascos es tan reprobable como la negación madridista ante la suerte de la selección que quiera o no le representa. Ambas posturas respetables pero ambas criticables. Sin embargo, los motivos son bien diferentes porque mientras unos basan su protesta en motivos políticos los otros basan sus deseos en mentiras ridículas, mientras unos se declaran apátridas deportivos otros se desatan como antipatriotas.

Resulta que el Real Madrid basa oficialmente su negativa a prestar el estadio en unas obras que aún no han terminado porque jamás comenzarán, sin embargo, oficiosamente el Madrid basa su decisión en el rechazo que produce el eco de los silbidos contra el Rey que habrían de retumbar en su propio estadio. Oficial u oficiosamente, burdas mentiras que algunos aficionados se creyeron porque se negaban a expresar la única verdad que empieza y acaba en un infantil antibarcelonismo y en un vanidoso españolismo. Las consecuencias de confundir a los aficionados más maleables conducen a la incoherencia ideológica y  a los deseos que algunos se empeñan en mantener dentro de su cabeza. Madrid, el Real Madrid, que siempre ha sido la bandera del centralismo y de la unidad de España ante las hordas catalanas, vascas y gallegas, se arriesga a perder su esencia histórica y sociológica por contribuir a la recolecta de odio sembrada por Mourinho en la finca blanca de Florentino Pérez.

Ese trasvase de asco del fútbol a la política y viceversa que algunos aficionados se han empeñado en seguir, hace que el buen madridista sea el anticulé y que el mejor madridista sea, no el que admira más al Madrid, sino el que odia más al Barcelona. Es cierto que la selección está compuesta en su mayoría por los jugadores del Barça incluso en ausencia de Villa y Puyol, como no es menos cierto que una gran parte de aficionados españoles consideran a Arbeloa y Albiol futbolistas favorecidos por una posición advenediza. Como también es verdad que Del Bosque, ese gran madridista  enemigo de Florentino Pérez y por ende de Mourinho, busca pero no encuentra el estilo más puro de un Barcelona sin Messi para nuestra selección. Todo eso es tan cierto como que en el mundial de Sudáfrica estábamos ante una situación deportiva bastante parecida pero aún no había hecho acto de presencia el abandono patriótico de esos que hace un mes se ponían poco menos que a la altura de Daoiz y Velarde. La única diferencia entre el españolismo sudafricano y portuguesismo polaco-ucraniano es que en el año 2010 aún no había defecado José Mourinho sus mercenarias  ideas sobre los corazones blancos.

Lo curioso del tema es que esta estirpe de Ochaitas  sin navajas no tiene ni tan siquiera la más mínima consideración, ya no hacia su bandera que me da igual, sino tampoco hacia sus propios futbolistas que juegan en la selección española entre los que se encuentra Iker Casillas como abanderado del saber estar de estos futbolistas. Tres madridistas en la selección portuguesa por cinco madridistas en la española nos demuestran que no es una cuestión de cantidad ni patria ni rey, sino más bien una cuestión de cualidad. Parece que el asunto se puede zanjar pensando que hay aficionados madridistas que únicamente desean la victoria de la selección que mejor representa a su club y no a su país. Si es así, ya podemos afirmar que el madridismo más recalcitrante es el madridismo más lusitano y que para ellos son Pepe, Coentrao o CR7 sus mejores representantes patrióticos en esta nueva idea del Madrid.

La realidad es que esta corriente de fanatismo fantasma apadrinada por un técnico portugués de dudosa y gloriosa reputación sienta más sus bases en el odio hacia el otro que en la admiración hacia uno mismo. La cuna del españolismo se tambalea en Concha Espina porque quizás en Portugal juegan menos madridistas que en España, sin embargo a la selección lusa ni la entrena del Bosque ni la componen jugadores con filosofía culé.