José Carlos del Coso: Esta es mi opinión y afortunadamente solo tengo una. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.


23 de febrero de 2013

La vieja tendencia: Cullons a la altura de la nuez

Desde hace aproximadamente dos días, concretamente desde que el árbitro del Milan 2 Barcelona 0 pitase el final del encuentro, se ha instalado en la mayoría de los aficionados culés un nuevo complemento sacado del viejo armario que sustituye a pajaritas y corbatas, se trata de un sustitutivo natural con reminiscencias de los años ochenta llamado “cullons” y se luce a la altura de la nuez. Dicho complemento cual abrigo polar en pleno invierno o bikini en verano se suele sacar periódicamente para las pequeñas ocasiones motivadas por el miedo. Parece ser que el miedo es más libre que el fútbol y que el futuro incierto parece pesar mucho más que el pasado conocido. El culé que afronta esta eliminatoria tan incierta sin tener en cuenta el pasado más reciente está abocado a sufrir innecesariamente de lo lindo hasta que llegue la vuelta en el Cam Nou. Es bastante difícil desgranar el alma azulgrana, pues es normal que ante un resultado tan adverso se sienta preocupación ¿Pero Miedo? Cuando recuerden el resultado de la ida, con un dos junto al escudo del Milan y un cero junto al escudo del Barcelona mientras oyen el himno de la Champions degradándose poco a poco como la música de una radio que muere por falta de pilas, piensen en Messi con música de tambores de guerra y el miedo desaparecerá. Piensen que al mismo tiempo un milanista sentado en la “Piazza del Duomo” tomando café recordará el resultado con Pavarotti de fondo hasta que inevitablemente la imagen, incrustada en su retina, de Messi o Iniesta humillando rivales se apodere del pensamiento. En ese momento Pavarotti se quedará sin voz y probablemente se bloquee su mente mientras devuelve estrepitosamente la taza de café a la mesa tras mancharse la camisa.
El Barcelonismo no teme ni el resultado obtenido en la ida ni mucho menos al Milan, lo que realmente les aterroriza es tener un “déjà vu”. Un regreso a casa o a la cama tras el partido del 12 de marzo con la sensación de haber vivido ya esa derrota frente al Chesea o el Inter de Milán. Teme al futuro sin tener en cuenta el presente. Siempre es más rentable mostrar preocupación que miedo y humildad que prepotencia. Supongo que en el equilibrio de la dosis ha de hallarse la virtud.
Según la neurociencia, una amígdala cerebral provoca una alerta en los seres vivos complejos que el lenguaje ha traducido en miedo. Hace pocos días, escuchando mi programa radiofónico de cabecera desde hace más de una década, la Rosa de los Vientos en Onda Cero, tuve conocimiento de un caso verdaderamente excepcional. Una mujer de 44 años llevaba 40 sin padecer o disfrutar, según se mire, la sensación de miedo. Se sometió a un experimento científico por el cual la expusieron a concentraciones altas de CO2 para comprobar si este gas activaba la dichosa amígdala cerebral. La mujer salió del experimento aterrorizada. El CO2 culé no es el Milan, ni su historia, ni su entrenador y quizás tampoco el resultado. Lo que activa la alarma culé es la incertidumbre de no tener claro lo que va a pasar por falta de costumbre.
El barcelonismo vive una época que hasta la fecha no ha vivido ningún club de la historia. Es acreedor de un equipo de fútbol donde han coincido varias virtudes al mismo tiempo y en el mismo espacio difícilmente conseguidas con anterioridad. El 12 de marzo sobre el césped del Cam Nou coincidirá un equipo cuya única virtud es saberse el manual del fútbol rácano, que ya en sí es una virtud, con otro que desarrolla el mejor fútbol jamás visto, que tiene en sus filas al más grande jugador de todos los tiempos al que acompañan los mejores futbolistas del mundo en la actualidad y tiene un estadio y un terreno de juego hecho a su medida. El Barcelona no tiene la necesidad de expresar soberbia, pero tampoco tiene motivos para padecer miedo. Si yo fuese milanista, aún a día de hoy estaría más preocupado por el partido de vuelta que si fuese culé. Demasiadas coartadas para ser optimistas y sin embargo algunos parecen ver desaparecer el suelo bajo sus pies.
El problema de todo esto no es de la amígdala, ni de la falta de CO2, es de la falta de costumbre, pues la culerada parece querer estar siempre instalada en el palco vip de un teatro donde se interpreta una obra clásica de la que siempre se conoce el final. Rara es la vez en que vuelvo a visionar un partido completo del que ya conozco el resultado, pues se hace imprescindible en cualquier deporte la incertidumbre ante la necesidad de disfrutar en mayor o menor medida del sufrimiento propio. Algunos aterrorizados ya están instalado en el reclamo de la escurridiza épica, cuando realmente el Barcelona solo necesita lo que más tiene: Fútbol.
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