Un futbolista para sordos

Acaba de levantarse un trozo de césped en el centro del campo, él no ha sido. Su fútbol es silencioso porque apenas levanta briznas de hierba a su paso. Su figura quijotesca delata su edad, no tiene un gramo de grasa en su abdomen porque no la necesita. A sus años podría tener acné, sin embargo su cara es fina como su cuerpo, es sencilla como su fútbol. No levanta pesas como otros centrocampistas, prefiere levantar títulos, la fibra le domina. Sus piernas han adelantado a su cerebro, pensar es para lentos. Alguien se ha preocupado del trozo de césped que la bota de un adversario levantó previamente, lo tapa con la suya porque su metro noventa de pases solo respira a ras de suelo.  No es el más rápido en carrera, pero es el más veloz en el juego. Si te enfrentas a él en su terreno, estás perdido. Nunca tiene el foco sobre su camiseta, nunca ganará un Balón de Oro, su fútbol es para amantes del minimalismo, para obsesos del detalle. Las cámaras le obvian porque solo siguen el balón, pero él siempre está, y cuando no está, aparece por sorpresa. Regatea los recortes de periódicos porque no marca goles, su misión es construirlos y evitarlos. No sale en revistas del corazón, la prensa de fútbol especializado es su paraíso. Un ciego nunca sabría que juega en el Barcelona o la selección, un sordo lo nombraría el primero. Su juego solo obtiene reconocimiento si te aíslas con él, si lo esperas, si lo persigues por el campo mientras Messi pisa el área. Su obra se gestó en un barrio obrero, su nombre es Sergio Busquets.

Acaba de publicarse la lista de 23 elegidos para disputarse el Balón de Oro, y mientras unos se centran en el futuro vencedor, otros debaten sobre jugadores sobrantes y recuerdan a otros faltantes. Messi o Cristiano, jugador español ¿Por qué no Iniesta?; Me sobra Ballotelli o me falta Gareth Bale son las discusiones más comunes. Es curioso que nadie haya comentado la inclusión de Sergio Busquets en esa lista y más curioso me resulta aún que en años anteriores nadie haya denunciado públicamente su ausencia. Hoy lo hago yo. Tengo que reconocer mi debilidad por un jugador como Busquets y también he de confesar la rabia que me produce el hecho de que sea condenado al ostracismo en tantísimas ocasiones como esta. Pareciese la mayoría de las veces que el jugador de Badía no existiese, como si pasase por allí sin pena ni gloria. Uno más que se dedica a esto del fútbol, otro para echar al montón. La cruda realidad es que apenas marca goles, no deja grandes titulares en sala de prensa, no coge de la mano a una piba que se pavonea sobre la pasarela de Milán y no tiene el pelo a lo afro. Pero esa misma realidad, por ser cruda, no tendría que ser necesariamente injusta. El mérito de sus reconocimientos, por tanto, es doble. Si este artículo lo leyese Sergio Busquets, probablemente me diría que Guardiola no lo subió de tercera división a primera para triunfar en las portadas, sino para triunfar en el terreno de juego. Estoy convencido, Busquets abona el campo con su fútbol, lejos del césped solo hay terreno abonado para vanidosos. Supongo que simplemente me alarma que un jugador de su talla solo obtenga el reconocimiento que realmente merece en círculos cerrados de los entrenadores, de sus compañeros y de los periodistas especializados en seducir a un público demasiado minoritario.

Pocos futbolistas han alcanzo a los veinticuatro años el currículum profesional del jugador catalán. A su edad, nadie ha logrado lo que ha conseguido él colectivamente. Tres Ligas, dos Champions, un Mundial y una Eurocopa adornan una trayectoria inmaculada que firmaría el propio Maradona y que criticaría Pelé. Un triunfador prematuro que lejos de acomodarse aún pelea por su futuro. Un auténtico devorador de títulos, un killer de la sala de trofeos un asiduo del segundo plano pero un ausente de la foto. El periodismo asqueroso de este país hace mucho tiempo que está poniendo en un segundo plano a un futbolista que podría haber jugado en cualquier época. Hubiese tenido sitio en la Naranja mecánica o en la Italia del Catenaccio. Jugaría titular en el Madrid de Capello y lo ha hecho en el Barça de Guardiola. Un futbolista total que ha hecho de la parcela defensiva del centrocampismo todo un arte. El filo estilismo en tareas defensivas, la técnica aplicada al arte de no recibir goles. Busquets es una nueva forma de concebir el centro del campo, ha ganado la batalla al negro músculo y ha sabido llevar sus pulmones a una pierna y su cerebro a la otra. Es un guapo que baila con la más fea, un jugador que despliega una técnica exquisita mientras se pelea con portentos físicos en balones aéreos divididos. Usa un chaqué cuando conduce el balón y lleva un mono de repuesto para recuperarlo. Una aportación impagable y en realidad poco pagada. Tiene memorizado el decálogo de juego en el Barcelona y la Selección, un motor pulmonado que lleva el fútbol de posesión hasta su límite máximo, pues sus recuperaciones de balón se hacen en un solo toque, el corte de balón es su primer pase. Es imposible encontrar un medio centro con unas cualidades tan perfiladas, tan afinadas y a la vez tan minusvaloradas. Porque Sergio Busquets practica un futbol tan práctico como preciso, tan evidente como silencioso. Solo ante los medios, no se recuerdan sus hazañas diarias, se recuerdan sus simulaciones esporádicas. Borracho de triunfos colectivos y marginado en el éxito individual, despliega un juego abocado al ver y callar porque oír es para ciegos. Busquets no es ni más ni menos que un futbolista silencioso reservado a paladares de sordos tan voluntarios como yo.