Ya han pasado
casi dos meses desde que comenzase la competición oficial y a estas alturas se
empieza a dilucidar a qué va a jugar cada equipo en la presente temporada. Dos partidos
en Champions, dos de supercopa y seis en liga son elementos suficientes para determinar
no solo el presente sino el futuro del Barcelona con el permiso del clásico que
puede finiquitar la liga antes de que se haya empezado a disputar. El futbol no
necesita los cien días de rigor que se exigen en la gestión política para
determinar de qué pie cojea el candidato electo. De momento podemos asegurar que
la sensación más generalizada es que este equipo ni siquiera cojea. Hasta el
momento ha disputado diez partidos oficiales y ha saldado nueve victorias y una
sola derrota que le sirvió para perder un título y al mismo tiempo para
analizar asépticamente a su peor enemigo.
Empieza a
disiparse la cortina de humo negro que algunos han intentado colocar ante la
nueva andadura de Tito Vilanova al frente del conjunto blaugrana. Hasta el
momento, el técnico catalán ha demostrado ser más que capaz y estar de sobra
cualificado para afrontar determinadas situaciones que bajo otros estilos de
liderazgo se convierten en cismas. Ha sabido trasmitir su calma natural a la
plantilla y no ha tenido ningún inconveniente en continuar una filosofía de
juego que sirve tanto para un roto como para un “descosío”. La calma o el
nerviosismo que un grupo humano vaya a sufrir en el futuro, en algunas
ocasiones pueden depender de una frase, de una palabra lanzada en un instante o
de un aliento emanado en los peores momentos. Mientras otros entrenadores
pueden llegar a dudar de sus propios jugadores, cuando el Barcelona perdió la
supercopa ante el Madrid a finales de agosto, Vilanova afirmó sentirse
orgulloso de su plantel. La psicología culé es un reflejo de su juego en el
campo, porque los jugadores y técnicos reaccionan con la misma tranquilidad
ante el esférico que ante los micros. Lejos de quedarnos con una evidencia,
sería conveniente destacar la seguridad con que afrontan los futbolistas del
Barça las situaciones más difíciles. Hay ocasiones en que demuestran tener tan
firmes sus convicciones futbolísticas que han hecho de su estilo casi una ley
física. Confían tanto en su forma de jugar como confían en que la energía ni se
crea ni se destruye, sino que se transforma. Con todo esto resulta que la ley
de la Gravitación Universal predice que la
fuerza ejercida entre dos cuerpos de masas M1y M2 separados
una distancia R, es
proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado
de la distancia, así mismo y con la misma contundencia podríamos afirmar que la
única ley del Barcelona es la ley del más fuerte.
Es cierto que el fútbol de la era Vilanova no ha encontrado la
perfección que diseñó Guardiola y no es menos cierto que el actual técnico culé
ha encontrado la regularidad con más rapidez. A pesar de los pequeños matices
entre otras temporadas y la actual, la generalidad se cumple con la misma
precisión que se cumple una regla matemática porque llegará el momento en que
su juego pueda expresarse en una fórmula como se expresa la fuerza de
rozamiento o se calcula la fuerza de atracción entre polos opuestos. Se trata
de un conjunto que transmite seguridad ante la adversidad, como si fuesen
actores interpretando un guión cuyo final se conoce de antemano. No importa ir
perdiendo, no importa ir ganando, tampoco importa el rival, ni la competición
ni si es una final, ni el escenario, ni tan siquiera importa el tiempo restante.
El juego del Barcelona es un mecanismo continuo, un goteo incesante que tarde o
temprano siempre acaba llenando el cuenco, un ciego que sabe caminar en una
noche sin luna, un pariente que siempre viene por Navidad.
El futbol tiene sus propias reglas, el Barcelona las dicta. Si Messi,
como ayer, se interna por la banda izquierda y lanza un pase invisible y milimétrico
al área, siempre acabará rematándolo Alexis u otro. Si Messi se deshace de
cuatro rivales y atrae a otros dos siempre acabará un flanco desprotegido y lo
aprovechará Fabregas. Si Messi da cinco asistencias, al menos dos acabarán en
gol. Las leyes que impone el Barcelona en el campo refutan teorías fuera de él.
Ni Busquets es un asesino, puesto que incluso a estas horas se preguntará por
qué lo expulsaron ayer; ni Cesc es un fallón ante portería porque ha demostrado
que puede desplegar todo un abanico de definiciones diferentes; Ni Villa hace
suya la tristeza de unos o el nerviosismo de otros por jugar; Ni Alexis está
perdido en la inmensidad de las bandas como ha quedado demostrado. La ley del
Barcelona dice que ha conseguido llegar a la previa del clásico de forma
inmaculada, con remontadas, con dominio desde el inicio, con lesiones, sin
centrales puros, ahora nuevamente sin Puyol, sin Iniesta, sin Piqué, con medio
Villa, con unos árbitros u otros, sin independencia y con ella, con rotaciones
o sanciones, con acritud mediática y con la misma despreocupación que dicta su
propio guión.