José Carlos del Coso: Esta es mi opinión y afortunadamente solo tengo una. Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese.


3 de octubre de 2012

La ley del más fuerte


Ya han pasado casi dos meses desde que comenzase la competición oficial y a estas alturas se empieza a dilucidar a qué va a jugar cada equipo en la presente temporada. Dos partidos en Champions, dos de supercopa y seis en liga son elementos suficientes para determinar no solo el presente sino el futuro del Barcelona con el permiso del clásico que puede finiquitar la liga antes de que se haya empezado a disputar. El futbol no necesita los cien días de rigor que se exigen en la gestión política para determinar de qué pie cojea el candidato electo. De momento podemos asegurar que la sensación más generalizada es que este equipo ni siquiera cojea. Hasta el momento ha disputado diez partidos oficiales y ha saldado nueve victorias y una sola derrota que le sirvió para perder un título y al mismo tiempo para analizar asépticamente a su peor enemigo.

Empieza a disiparse la cortina de humo negro que algunos han intentado colocar ante la nueva andadura de Tito Vilanova al frente del conjunto blaugrana. Hasta el momento, el técnico catalán ha demostrado ser más que capaz y estar de sobra cualificado para afrontar determinadas situaciones que bajo otros estilos de liderazgo se convierten en cismas. Ha sabido trasmitir su calma natural a la plantilla y no ha tenido ningún inconveniente en continuar una filosofía de juego que sirve tanto para un roto como para un “descosío”. La calma o el nerviosismo que un grupo humano vaya a sufrir en el futuro, en algunas ocasiones pueden depender de una frase, de una palabra lanzada en un instante o de un aliento emanado en los peores momentos. Mientras otros entrenadores pueden llegar a dudar de sus propios jugadores, cuando el Barcelona perdió la supercopa ante el Madrid a finales de agosto, Vilanova afirmó sentirse orgulloso de su plantel. La psicología culé es un reflejo de su juego en el campo, porque los jugadores y técnicos reaccionan con la misma tranquilidad ante el esférico que ante los micros. Lejos de quedarnos con una evidencia, sería conveniente destacar la seguridad con que afrontan los futbolistas del Barça las situaciones más difíciles. Hay ocasiones en que demuestran tener tan firmes sus convicciones futbolísticas que han hecho de su estilo casi una ley física. Confían tanto en su forma de jugar como confían en que la energía ni se crea ni se destruye, sino que se transforma. Con todo esto resulta que la ley de la Gravitación Universal predice que la fuerza ejercida entre dos cuerpos de masas M1y M2 separados una distancia R, es proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia, así mismo y con la misma contundencia podríamos afirmar que la única ley del Barcelona es la ley del más fuerte.

Es cierto que el fútbol de la era Vilanova no ha encontrado la perfección que diseñó Guardiola y no es menos cierto que el actual técnico culé ha encontrado la regularidad con más rapidez. A pesar de los pequeños matices entre otras temporadas y la actual, la generalidad se cumple con la misma precisión que se cumple una regla matemática porque llegará el momento en que su juego pueda expresarse en una fórmula como se expresa la fuerza de rozamiento o se calcula la fuerza de atracción entre polos opuestos. Se trata de un conjunto que transmite seguridad ante la adversidad, como si fuesen actores interpretando un guión cuyo final se conoce de antemano. No importa ir perdiendo, no importa ir ganando, tampoco importa el rival, ni la competición ni si es una final, ni el escenario, ni tan siquiera importa el tiempo restante. El juego del Barcelona es un mecanismo continuo, un goteo incesante que tarde o temprano siempre acaba llenando el cuenco, un ciego que sabe caminar en una noche sin luna, un pariente que siempre viene por Navidad.

El futbol tiene sus propias reglas, el Barcelona las dicta. Si Messi, como ayer, se interna por la banda izquierda y lanza un pase invisible y milimétrico al área, siempre acabará rematándolo Alexis u otro. Si Messi se deshace de cuatro rivales y atrae a otros dos siempre acabará un flanco desprotegido y lo aprovechará Fabregas. Si Messi da cinco asistencias, al menos dos acabarán en gol. Las leyes que impone el Barcelona en el campo refutan teorías fuera de él. Ni Busquets es un asesino, puesto que incluso a estas horas se preguntará por qué lo expulsaron ayer; ni Cesc es un fallón ante portería porque ha demostrado que puede desplegar todo un abanico de definiciones diferentes; Ni Villa hace suya la tristeza de unos o el nerviosismo de otros por jugar; Ni Alexis está perdido en la inmensidad de las bandas como ha quedado demostrado. La ley del Barcelona dice que ha conseguido llegar a la previa del clásico de forma inmaculada, con remontadas, con dominio desde el inicio, con lesiones, sin centrales puros, ahora nuevamente sin Puyol, sin Iniesta, sin Piqué, con medio Villa, con unos árbitros u otros, sin independencia y con ella, con rotaciones o sanciones, con acritud mediática y con la misma despreocupación que dicta su propio guión.
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