La ventaja
del francés radica en su historia como futbolista y en su cuenta corriente. Sin
duda, el hecho de tener el futuro asegurado para cinco vidas no da la felicidad
pero permite saborear un amplio abanico de libertad. Su propia figura le libera
según para qué cosas ante la opción de decir NO. Karanka no ha tenido tanta
suerte durante su carrera deportiva y en el desarrollo de su mito personal como
para formar parte de ese 20% que tiene las santas agallas de replicar un no a
la cara de su jefe.
Cuando José
Mourinho contrató a Zidane para que formase parte de ese difuso y nuevo
organigrama del Real Madrid, lo hizo con la firme convicción de que el ídolo
francés estamparía su firma al pie del contrato con la misma docilidad con que
lo hizo Aitor Karanka. Mourinho como Kennedy se equivocó. La diferencia entre un
personaje y otro es que Zidane quiere seguir siendo alguien y Karanka quiere
ser algo, aunque aún no se sabe qué.
Los encantos
de Mourinho llegan hasta donde pueden llegar unos libros de autoayuda comprados
en el rastro a precio de saldo. Con Karanka puede que sirva, pero desde un
principio era previsible que de poco iba a servir con el ex futbolista francés un recetario
psicológico tan primario como el que habitualmente utiliza el técnico luso con
el resto de su entorno. Difícilmente Zizou tendría la tentación de plegarse
sobre una alfombra roja ante los caprichos de un técnico tan desorientado como
alejado de los principios futbolísticos del ex jugador madridista. Lejos de la
furia que a veces mostraba en los terrenos de juego, de aquel Zidane aún queda
la clase que se ha empeñado en desplegar también fuera del campo.
Mourinho se
equivocaba si pensaba que el astro francés se iba a meter en medio de cinco
micros para criticar el futbol culé, las actuaciones arbitrales, la gestión de
su compatriota al mando de la Uefa o iba a repetir cabezazo sustituyendo a
Materazzi por Guardiola. Qué se puede esperar de un tío que tiene la humildad
de afirmar que el pase de Roberto Carlos en la final de Champions 2002 ante el
Leverkusen fue medio gol tras tener que hacer una volea majestuosa y enviar el
balón a la escuadra. Este tipo de declaraciones solo quieren decir que la
persona de Zidane está incluso por encima de su mito.
Cuando el
Real Madrid decidió, a pase de Mourinho, incluir a Zidane en su estructura,
todo el mundo se preguntaba qué labor podría desempeñar el francés si carecía
de experiencia técnica y se desconocían sus virtudes psicológicas. A Día de hoy
y ante el alejamiento cada vez más evidente con respecto a Mourinho, ya sabemos
una cosa al menos: A Zizou no le gustan los métodos ni las formas del portugués. Zidane
es un mito, una leyenda viviente, un as de este deporte, un potro indomable que
a estas alturas tiene los principios y los recursos suficientes como para no
seguir corriendo tras un fajo de billetes sujetos con un palo delante de sus
narices. Antes de salirle las alas, el crack galo ya ha decidido volar en
solitario y alejado de la sombra del técnico porugués.
Mourinho
siempre ha pensado en Zidane como en una estupenda catana que en tiempos de paz
sirve de adorno y úsese cuando plazca a elección del guerrillero cuando sea
necesario. Pensaba en el francés como el que piensa en un escudo, en un colchón
para la caída de Valdano, un juguete de oro arrojadizo a la cara de los
enemigos, otra marioneta más. El problema empieza cuando el juguete parece que piensa
y encima tiene mayor leyenda y es más carismático que el propio jugador. Todo
esto no es más que el resultado de querer aplicar en el Real Madrid un método
que utilizó en el Inter y que sirvió de pura casualidad, Olegario Benquerença mediante. La simplicidad del método le permite que
sea fácilmente transportable de un lugar a otro porque se sostiene con sota,
caballo y rey. El problema viene cuando te dice NO el Rey. Hasta que no se
demuestre lo contrario, Zidane es el Rey.