El saldo institucional que le queda al FC Barcelona tras acabar la
presente temporada solo es comparable a un descenso a segunda división. El
saldo deportivo es el que es, no ha bajado a segunda pero sí ha sido segundo en
liga, segundo en copa y cuartofinalistas en Champions. La visión que la actual
junta directiva se ha encargado de propagar entre los diferentes medios de
comunicación catalanes es que la culpa principal de todo la tiene la
plantilla. De ahí el uso de la expresión “renovación profunda” que se ha
divulgado públicamente. La renovación profunda de la que habla Bartomeu no es
más que otro eufemismo para hacer el menos ruido posible en los despachos.
Cuando cambias al entrenador, rescatas canteranos repartidos por el mundo, se
caen varias vacas sagradas del club y deslizas la posibilidad de
realizar 7 u 8 fichajes de forma inminente tras un fracaso apabullante, sería
más conveniente pronunciar la palabra revolución para definir tales decisiones.
El Barcelona anuncia una tranquilizadora renovación, mientras en la
mente del aficionado se refleja una inquietante revolución.
En el Barcelona ya ha empezado a moverse todo porque a los jugadores les
ha dado por correr poco y jugar menos, según queda reflejado en las actas
oficiales del club. Las puertas giratorias están engrasadas en casi todos los
estamentos de la entidad. Unos empleados salen, otros llegan, otros se
desplazan horizontalmente y otros ascienden en sus responsabilidades. No es
difícil imaginarse a Bartomeu con la mesa devorada por los documentos,
el móvil con la batería casi agotada, las gafas en la frente y la corbata
descuadrada. Seguramente al tiempo que lee un contrato, sostiene el teléfono
que le comunica con algún representante y utiliza el dedo índice para pedir a
la secretaria que le aguante un minuto una llamada en espera por la otra línea,
mientras Zubizarreta junto a Faus espera audiencia junto al quicio de la puerta
entreabierta. Hay mucha prisa en los despachos por sustituirlo todo ahí
fuera, en el césped.
En el club azulgrana está temblando todo menos las oficinas. Como si el
epicentro del terremoto se generase allí y afectase a todo menos a sus propias
estructuras. Se caen algunos trozos de cornisa en La Masía, hay humedades en
los vestuarios, necesitan retocar el sillón del entrenador pero en las oficinas
de la directiva todo está impoluto y nuevo como el primer día. Bartomeu
actúa como si estrenase despacho. Resulta que el Barcelona se ha pasado
media temporada sin portero pero la culpa es de Pinto, se ha pasado una
temporada sin entrenador pero la culpa es del Tata, se ha desestabilizado la
paz social en el vestuario con el contrato de Neymar pero la culpa es del socio
denunciante, la FIFA ha sancionado al club por fichajes de menores pero la
culpa es del reglamento, ha dimitido el presidente pero la culpa es de unos
balines estampados con aire comprimido en la fachada de su casa, han tenido que
cubrir de oro a Messi por el acomodo de Neymar pero la culpa es de... De
Messi y su padre que son un par de egoístas embrujados por el capitalismo
radical...
La junta directiva del Barcelona es como un huracán que lo va arrollando
todo con sus giros imprevisibles. Desde que acabó el partido contra el Atleti
el domingo pasado Cesc Fábregas ha quedado en entredicho y la reputación de
jugadores como Pedro, Alexis, Tello o Jordi Alba se ha visto comprometida. De
esta no se ha escapado ni Xavi Hernández que ya ha sido llamado a
consultas por el nuevo entrenador. Supongo que la charla reclamada por Luis
Enrique en su presentación podría quedar pospuesta para la eternidad, el
mundial pondrá a cada uno en su sitio porque la selección española podría
parecerse más al Barcelona que el propio Barcelona. Quizás, quién sabe, los
jugadores culés encuentren en el mundial la paz social y la rutina futbolística
que han perdido en su propio club.
De la reacción emprendida por la entidad se desprende que la culpa de
todos los desaguisados cosechados este año queda repartida entre el anterior
entrenador, los jugadores, manos negras y reglamentos desconocidos. Yo no
estaría tranquilo si fuese taquillero, utillero o una limpiadora del club. Se
negocia con los representantes de futbolistas, se negocia con la FIFA e
incluso el estilo de juego ya es negociable, maldito sea Johan Cruyff por
instaurarlo. Malditas las mareas del mar mediterráneo y maldita sea la
alineación caprichosa de astros que están acercando al club a una revolución de
proporciones bíblicas.
Todo va a cambiar en el Barcelona salvo su propia directiva. Cambiarán
los nombres de jugadores en las camisetas, cambiará el capitán, cambiará Messi,
cambiará el cuerpo técnico, cambiará la percepción del aficionado pero lo
que no va a cambiar es el presidente y el director deportivo. Esta
directiva no alcanza la cota suficiente de idiotez para purgarse a sí misma
porque sabe que a los dirigentes los únicos que pueden purgarlos son los socios.
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