Si el Real Madrid comercializara una nueva camiseta con el nombre de
Rosell a la espalda a buen seguro vendería más unidades que CR7. José
María Bartomeu, Faus, Freixa, incluso Zubizarreta también podrían ocupar un
lugar relevante en el escaparate de la tienda merengue. Todos ellos representan
la demostración cristalina de que incluso Joan Gaspar hoy en día podría
parecer un fantástico presidente. Lo que no consiguió Cristiano Ronaldo, Ramos,
Di María o Mourinho sobre el césped lo logró un solo hombre sentado en un
despacho. Corren malos tiempos para la caverna mediática, Bakia o Florentino
Pérez; Rosell y su séquito de incapaces les han dejado sin trofeo. Sería ridículo
que desde Madrid algún estamento pudiese reclamar como propia la desorganización
del conjunto catalán. La evidencia de los culpables azulgranas les aleja de
posibles tentaciones. Nunca tan pocos hicieron tanto daño, no solo al
Barcelona en particular, sino al fútbol en general, porque el fútbol desarrollado
por este equipo nos pertenece a todos. La belleza del arte no discrimina nacionalidades
ni religiones, puesto que no es necesario ser egipcio para admirar la pirámide
de Keops o ser culé para admirar a Messi.