Estaba de pie
frente al periodista que acercaba el micrófono a su boca. En una mano el balón
de oro y la otra aún la contenía cerrada con fuerza por la enorme victoria de
aquella noche. Había conseguido lo que más le gusta, un reconocimiento
individual, el más importante y a la vez el primero que otorgana la FIFA a un
técnico. Llegó en avión a última hora, su presencia en la gala no se había
confirmado hasta que no le confirmaron su victoria. Ya era de noche en Zúrich
cuando un Mourinho excitado por el trofeo espetó en el micrófono de aquel
periodista: "un Balón de Oro en manos de Messi siempre está en buenas
manos". El técnico luso ya no tiene que agitar su mano delante de su nariz
para quitarse el “mal olor” del argentino. Su desprecio personal se transforma
en halago profesional, le ha visto de cerca, le ha impresionado y se rinde a la
evidencia. Aún retumban esas palabras en mis oídos: Siempre, siempre, Messi,
siempre, en buenas manos, siempre, siempre, siempre...