Lo que está ocurriendo en el Barcelona solo puede deberse a que está
gestionado por administradores más preocupados por las arrugas de su corbata y
por mantener su peso ideal que por preservar el nombre de la institución a la
que representan. La administración de sus egos ha sido tan pésima como cada una
de las decisiones que han tomado. Este grupo de advenedizos electos heredaron
el mejor equipo del mundo y el mejor club en lo que va de siglo. La junta
directiva precedente consiguió reunir sin insultantes alardes bancarios al
grupo de futbolistas más impresionante que este deporte ha visto en toda su
historia, culerizó el club hasta las cloacas y arriesgando su propia reputación
con una demostración de valentía absoluta y convencimiento supremo otorgó la
dirección del equipo a un joven de treinta y siete años. Laporta remodeló el
resto de secciones deportivas de la entidad y consiguió contagiar de filosofía
blaugrana a cada uno de los deportistas que se enfundaban la camiseta con el
escudo azulgrana independientemente del deporte que dominasen. Convirtió al
Fútbol Club Barcelona en un equipo ganador y modélico allá adonde llevase su autobús
e hizo ponerse en pie al aficionado más reacio de cualquier estamento deportivo
cada vez que se ponía en marcha la sinfonía del himno culé.