Parece increíble que la ausencia de Álvaro Arbeloa para el partido ante
Italia esté levantando una polvareda de confrontaciones en el entorno
futbolístico español. Para aquellos que aprecian la mediocridad del fútbol con
la mano tapándose la nariz ha supuesto la caída de un mito. Cae la el telón
americano donde el botones siempre acaba dirigiendo la empresa, al fin y al
cabo esto es España. La mística de Arbeloa no es producto de lo que hace sobre
el césped, sino de lo que dice fuera de él. La figura del madridista ha sido,
es y será un rancio recuerdo de Mourinho, una postal en blanco y negro que el
técnico portugués se dejó olvidada en nuestro país y que poco a poco se
desgasta y corroe con el tiempo. Su nombre ha supuesto durante demasiado tiempo
un emblema de aquella manera vieja y rancia de hacer las cosas. Fue acogido por
Mourinho en el agobio, como un perro fiel, y consentido por del Bosque en la
selección para intentar estirar lo máximo que ha podido el equilibrio entre seleccionados
de Madrid y Barcelona. La tomadura de pelo parece haber llegado a su final.