A estas alturas, si Laporta fuese el presidente del Fútbol Club Barcelona
ya le hubiese tapado la boca a Eduardo Inda y se hubiese ido de fiesta con su
mujer, si la ocasión lo merece y si llevase razón. Sin embargo la gestión del
club catalán se encuentra en manos de Rosell, un hombre diferente con una
personalidad simple, un amante de la falsa compostura y un admirador en la
intimidad de la gestión madridista. En el tiempo que Sandro Rosell y su junta
llevan gobernando los designios del Barcelona han despojado al club de su
trofeo más importante conquistado recientemente: Seguir su propio camino. Han
convertido a la entidad exactamente en lo contrario de lo que se desarrolla en
el terreno de juego. Mientras deportivamente el equipo blaugrana muestra un
descaro manifiesto en su vocación ofensiva y desarrolla su ideario futbolístico
sin tapujos y de forma desenfadada, la parte burocrática culé aún no se ha
sacudido esos complejos de inferioridad que años atrás habían definido al club históricamente.
Rosell camina en sentido opuesto al que hasta hace un tiempo parecía caminar su
club. Al contrario que en el césped, donde ataca hasta el portero, más allá de
los vestuarios la consigna parece tener una única vocación, la defensiva y
timorata.