Dicen que los viejos futboleros que no han sido bautizados con apodo no
son de fiar. Luis Aragonés tenía dos: Zapatones y el Sabio de Hortaleza. Se fue
el más grande según el mejor, y lo dice despojado de compromisos, desde
Alemania. Nadie sabrá cuando se aleje su féretro en el tiempo si Aragonés fue
el más grande, lo que está clarísimo es que fue único. Se disuelve de una
atacada una especie en extinción que entendía el fútbol en su estado más puro,
el último ramalazo que coleó de aquellos balones cosidos con cuerdas y solo un
par de botas de recambio. Se desprende de la retina aquel fútbol jugado a voces
y entendido bajo humedades en los vestuarios, Aragonés se lleva consigo esa
parte del fútbol profesional con aroma a artimañas antiguas y a barrio.