Jamás he visto a un equipo parecerse tanto a su entrenador como el
Atlético de Madrid. El Cholo Simeone era un futbolista que saltaba al campo con
un cuchillo entre los dientes y un chute de adrenalina en cada músculo. Cada
vez que observo a un jugador del conjunto colchonero actual no puedo más que
acordarme de aquel futbolista fibroso e inquieto que convertía cada jugada en
una batalla campal. Cada balón divido parecía el último y la convicción
en sus acciones se acercaba al extremismo. Un pura sangre que dejó reflejada su
forma de concebir el fútbol en el muslo de Julen Guerrero. No gozaba de una
técnica depurada, ni tampoco exhibía una envidiable visión de juego, ni tan
siquiera apoyaba su fútbol en la precisión de sus disparos. Sus acciones ofensivas
se basaban en un oportunismo incontrolable y en una rabia incomparable.
Así es el Atlético de Madrid, como su entrenador actual, así es cada uno de sus
jugadores y así entienden el fútbol hasta sus jugadores más dotados
técnicamente. Cuando alguien me pregunte dentro de una década cómo llegó el
Atlético de Madrid a ganarle una liga al Barcelona de Messi en el Camp Nou y
cómo acarició una Copa de Europa ante el Real Madrid, seguramente responderé
que lo único que recuerdo es que los colchoneros corrían mucho y luchaban más. Lo
cierto es que el equipo del Manzanares no tiene muchas más armas, porque
esas armas cuestan dinero y ya están repartidas entre los más ricos.