La soledad de su taquilla delata su ausencia. Seguramente la haya dejado
entre abierta por si alguien la necesita, diáfana de objetos pero llena de
recuerdos. Aún quedan restos de celo que sujetaban una fotografía, y una fina
hebra de césped desprendida de sus botas resiste en un rincón. Ese espacio aún
huele a fútbol, hace tan poco tiempo que se fue y ya parece una eternidad. Con
total seguridad sus compañeros aún busquen su silenciosa figura sentada junto a
su santuario más íntimo en el descanso de los partidos. Todos han dejado de oír
su tímida voz y su cálido acento abriéndose un paso solitario en los momentos
de silencio. El sitio que ocupaba tan solo hace unas semanas ya no ofrece
respuestas. Las miradas perdidas buscando milagros naturales en forma humana descarrilan en el techo.