La tristeza
que estos días embarga a Cristiano Ronaldo y que no ha logrado arrancar un
suspiro del madridismo, lejos de obtener empatía, solo le ha servido para
recibir mofa y una buena dosis de demagogia barata. Yo pienso, cuestiones del
idioma, que el portugués no eligió bien la palabreja, que por vulgar y por
amplitud semántica deja muchos flecos y mucha mala uva por el camino. Quizás si
Cristiano hubiese nacido en las Islas Canarias en lugar de Madeira, hubiese
usado una palabra más precisa y sería presa más difícil del látigo de las connotaciones. En lugar de tristeza, el
diccionario de María Moliner podría haberle sugerido la palabra incomodidad, disgusto,
amargura, o aflicción. Sin embargo, lo que yo creo que es fruto de la
improvisación emanada en el tiempo que un tío tarda en recorrer el camino desde
la ducha a la zona mixta, desembocó en un estado de ánimo embargado por el
pesimismo y definido por el propio sujeto como tristeza. El resultado hubiese
sido el mismo, especulación basada en información nunca publicada, pero la dosis
de mofa se hubiese reducido considerablemente por no hablar de la demagogia.