A lo largo de
mi vida he visto muchos delanteros centro, pero hacía muchos años que no veía
uno tan bueno como Radamel Falcao. A Gil Marín y a Cerezo se les podrán
replicar innumerables defectos entre los que se encuentra haberle tomado el
pelo de forma literal al Atlético de Madrid en múltiples ocasiones, pero a dios
lo que es de dios y al César lo que es del César. No sé qué porcentaje de
mérito tendrán a la hora de seleccionar a su estrella de turno, lo que es claro
y evidente es que lo han hecho con inteligencia en varias ocasiones. En los
últimos años el Atlético de Madrid se ha descompuesto temporada tras temporada
y se ha rehecho temporada tras temporada. Lo cierto es que el Atlético juega
con fuego porque no puede jugar con dinero, y el peligro es máximo cuando
caminas descalzo sobre un alambre y al amparo de una red podrida, vieja y
demasiado pegada al suelo. No sé si algún día el Atlético caerá
precipitadamente porque basa todas sus esperanzas e impone toda su fortaleza
apostando siempre a una carta. Aunque en esta ocasión, la carta de Falcao
estaba marcada con el sello de la gloria al tratarse de antemano de un jugador
excepcional. El día que Falcao se marche, que tarde o temprano lo hará por
estar repartido entre el Atlético y un oscuro grupo de inversión, si la
estrella de reemplazo sale rana, el equipo caerá. De momento, la obligación del
aficionado es disfrutar de una de los mejores futbolistas que ha podido salir
de la cartera de Jorge Mendes sin que la operación tenga que oler a la típica
putrefacción.