El Athletic
es uno de los clubes históricos de nuestro fútbol que ha sido forjado a base de
mantener tradiciones y de manufacturar sus propias herramientas. Nunca ha
descendido de categoría en su siglo y pico de historia, ha conquistado la liga en varias ocasiones y la Copa del Rey en
múltiples. Estadio Santo al más puro estilo inglés ha sido testigo protagonista
de las hazañas más importante de su equipo y es conocido amablemente como la
catedral del fútbol español. Sin duda alguna, en San Mames se han impartido
cátedras de fútbol, se ha derramado sangre y hasta los días de hoy ha quedado
impregnado de ese olor a barro y lucha
que fotografía la filosofía norteña. El club vasco ha hecho de este juego en su
estadio un deporte tan duro como el levantamiento o arrastre de piedra, el
corte de troncos o el lanzamiento de fardos. Unas gradas sembradas de chapelas y
refrescadas por una fina lluvia hicieron del fútbol en el País Vasco, no un
deporte, sino una contienda que se gana más con el alma que con el balón. Hasta
tal punto ha mantenido sus señas de identidad que ha rechazado modificar sus
defectos con la idea de mantener sus virtudes. Ha constituido una fuente
inagotable de jugadores para la selección nacional y ha dado tantos nombres de
notables futbolistas como nombres a trofeos individuales. Pichichi, Zarra,
Iribar o Sarabia han hecho tanta historia en el Athletic que han encontrado su
eco en la memoria del fútbol nacional y europeo. Hasta aquí la realidad...
... El
problema comienza cuando la propia afición del club rojiblanco empieza a creer
más en su propio mito que en la pura realidad. El fútbol actual no se resume en
un álbum de la liga que quedará forrado en una estantería para la posteridad
resguardado de suculentos intercambios. Hoy día la economía pesa más que las
ideas y los poemas más antiguos son aplastados por la prosa más reciente. Y
Athletic de Bilbao, como todos los
clubes, solo rima con resultao. La afición vasca se agarra a su propio
romanticismo como motivo suficiente para pensar que todos los jugadores que
forman tienen como único objetivo mantenerse en el equipo. El club bilbaíno
necesita urgentemente una reubicación histórica y una adaptación a los tiempos
que corren. No se puede vivir atrapado permanentemente en la idea de que
Pichichi en sus inicios rechazó varias ofertas de clubes ingleses para hacerle
un contrato profesional. Cada vez que un jugador del Athletic pretende mejorar
sus aspiraciones profesionales, la filosofía vasca observa la afrenta como la
fuga de un ideal en lugar de considerarla como un intercambio de capital. El club
se ahoga en su propio romanticismo si piensa que su historia, su escudo, su
estadio o los recortes de periódicos con fotografías en blanco y negro son
motivos suficientes para retener a sus propios jugadores. Ningún club del mundo
contiene la dosis de historia suficiente como para retener a un jugador por
amor al arte y besitos al escudo. Nadie hoy en día sustituye una cuenta en Suiza o una Champions en Londres por las historias del
abuelo cebolleta.
El prisma con
el que mira el Athletic es completamente erróneo. En 1985 Rafael Gordillo fue
vendido contra su voluntad al Real Madrid por unos motivos económicos que en
ese momento fustigaban al Real Betis. Gordillo se iba al club más laureado del
mundo, al que mejor pagaba y en el que podía desarrollar de forma más brillante
sus expectativas profesionales. Un joven Gordillo se fue a Madrid con los ojos
empapados en lágrimas y sin entender por qué el Betis le había hecho eso.
Veinte años después, su sucesor, Joaquín, exigió su salida del Real Betis
mientras ponía una sonrisa en la boca al saber que su destino era Valencia. No
fue un mérito del Betis fabricar Gordillos, sino un mérito de Gordillo sentirse
tan bético. En todos los clubes existen desenlaces de este tipo que apilan su
historia, pero en cualquier caso, el sentimiento de adhesión o rechazo lo pone
el jugador, nunca el club. El Athletic no encogerá su historia porque se haya
marchado Javi Martínez y ahora lo quiera hacer Llorente, o la agrandó porque
Julen Guerrero no se quisiera marchar, como no lo hizo el Betis con Gordillo y
Joaquín. Esos son pasajes que solo hablan de la historia de los jugadores,
ellos deciden qué son y qué quieren ser.
Jugadores
como Salinas, Alkorta, Zubizarreta o Alexanco ya abandonaron el Athletic en épocas
doradas y nadie trató la situación como un desengaño amoroso o una afrenta a la
historia del club. Lo que ha hecho Martínez y lo que pretende hacer Llorente ya
sucedió antes y volverá a suceder, ocurre cada día en cada esquina, en los
lugares más selectos y en los más discriminados. Cualquier aficionado afincado
en San Mames que se eche las manos a la cabeza porque Martínez se quiera ir al
Bayern o Llorente a la Juve, debería ponerse antes las manos en el corazón. El
Athletic sufre porque tiene alma, quien no sufre es el Manchester City o el PSV
porque solo tienen dinero. La pregunta que debería hacerse el aficionado de
Bilbao es si entre todos amasan un sentimiento tan único, tan especial y
característico, tan mimado e infrecuente, tan exageradamente exclusivo y fuerte
que puede tacharse de traición faraónica
el hecho de que un jugador riojano abandone el club vasco. En caso Afirmativo,
la masa social del Athletic tiene un problema porque vive de espaldas a la realidad y a la sombra de un mito.
Crees que la Real no sufrió cuando se fue Joseba Etxeberria , Uralde, Zubiaurre , Balenziaga, Gabilondo.. ? Se fueron por DINERO.
ResponderEliminarParece ser que algo así quiero decir yo.
EliminarSe ha entendido perfectamente. Solo he puesto otros ejemplos que los aficionados del Athletic conocen y así ver que el Athletic tampoco era tan "especial" ... Y que es el primero en usar el DINERO.
ResponderEliminarOk.
EliminarBuenas noches, hemos migrado al sistema de comentarios Disqus para mejorar las características técnicas del blog y mejorar el debate. En menos de 24 horas recuperaremos los comentarios del sistema antiguo.
ResponderEliminarDisculpen las molestias.