A lo largo de
mi vida he visto muchos delanteros centro, pero hacía muchos años que no veía
uno tan bueno como Radamel Falcao. A Gil Marín y a Cerezo se les podrán
replicar innumerables defectos entre los que se encuentra haberle tomado el
pelo de forma literal al Atlético de Madrid en múltiples ocasiones, pero a dios
lo que es de dios y al César lo que es del César. No sé qué porcentaje de
mérito tendrán a la hora de seleccionar a su estrella de turno, lo que es claro
y evidente es que lo han hecho con inteligencia en varias ocasiones. En los
últimos años el Atlético de Madrid se ha descompuesto temporada tras temporada
y se ha rehecho temporada tras temporada. Lo cierto es que el Atlético juega
con fuego porque no puede jugar con dinero, y el peligro es máximo cuando
caminas descalzo sobre un alambre y al amparo de una red podrida, vieja y
demasiado pegada al suelo. No sé si algún día el Atlético caerá
precipitadamente porque basa todas sus esperanzas e impone toda su fortaleza
apostando siempre a una carta. Aunque en esta ocasión, la carta de Falcao
estaba marcada con el sello de la gloria al tratarse de antemano de un jugador
excepcional. El día que Falcao se marche, que tarde o temprano lo hará por
estar repartido entre el Atlético y un oscuro grupo de inversión, si la
estrella de reemplazo sale rana, el equipo caerá. De momento, la obligación del
aficionado es disfrutar de una de los mejores futbolistas que ha podido salir
de la cartera de Jorge Mendes sin que la operación tenga que oler a la típica
putrefacción.
En cuatro
años el aún equipo del Manzanares, lejos de desplomarse cuando la tierra ha
empezado a temblar, ha logrado alcanzar el éxito en varias ocasiones y con
actores muy diferentes. Sufrida afición que secaba sus plumas ante la marcha de
Torres sin saber que en realidad estaban dando la bienvenida al Kun Aguero que
es mucho mejor jugador. La traición del Kun también encontró su consuelo en la
llegada de Falcao. A día de hoy, podemos concluir que las idas y venidas de
estrellas del fútbol le muestran una cara sonriente al Atlético de Madrid, que
ha ido subiendo peldaños año tras año en la calidad de su estrella máxima. A mí
Torres siempre me pareció un jugador de arriba de los del montón, por eso
cuando llegó el Kun, el Atlético mejoró. Lo mismo ocurre en esta ocasión con
Falcao, porque si el argentino ya era bueno, el colombiano en menos tiempo le
superó. Dicen que los grandes futbolistas son los que juegan bien los partidos
importantes y como ejemplo perfecto tenemos a Falcao. Tres finales en los
últimos años y el resultado ha sido tres auténticos espectáculos. Este tipo de
jugadores no necesitan buenos pasadores porque basan su pericia en olfatear el
rastro que va dejando el balón. Tampoco necesitan centros perfectos porque
aunque el balón no los busque a ellos, ellos siempre buscan el gol. Es ese tipo
de contorsionista sobre el césped que hace buenos los malos centros y hace
precisas las malas asistencias. Ayer no fue el caso porque todo el conjunto
Atlético estuvo a un nivel muy superior.
El otro día,
en Mónaco, durante la celebración del sorteo de la próxima Champions, Frank
Lampard dejó sobre el escenario la última copa conquistada por el Chelsea. Pues
estando solitario en el escenario, el trofeo estaba mucho más brillante que en
manos del capitán blue. Porque se puede perder un partido como el de ayer,
donde tuvo más mérito el conjunto colchonero que demérito el inglés, lo que no
se puede admitir es que después de haber conquistado la última Champions de la
forma en la que la conquistó el Chelsea encima te pasen por encima como un
rodillo en presencia de toda Europa. Hacen bien los que hablan de suerte porque
el Chelsea es el conjunto más limitado que ha ganado una copa de Europa desde
que se inició la competición.
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